BLOG DE ANÁLISIS Y PERIODISMO PROPOSITIVO

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La verdad nos hará libres...
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miércoles, 18 de enero de 2012

LA VIDA... COMO UN CERILLO

Mateo, de dos años y con la energía de un niño feliz, brinca desde la orilla de la alberca y se sumerge dentro del agua una y mil veces sin parar. Se siente muy seguro y confiado gracias a los flotis que su mamá le colocó a regañadientes en los brazos.
Al preparar su siguiente salto al agua, más rápido de lo que pude reaccionar, se quitó uno de los flotadores –decidió que le estorbaba– y lo aventó fuera de la alberca. ¡Splash!, se lanzó como siempre, sólo que sintió la angustiosa realidad de hundirse sorpresivamente.
Como en cámara lenta mi mente lo registró y lo saqué tan rápido como pude. Segundos eternos en los que los dos aprendimos la lección. Mateo sobre la utilidad de esos aditamentos que creía una necedad; y la abuela, sobre la fragilidad de la vida.
Así somos los humanos. Decía Borges que no hay un absurdo mayor que la inmortalidad de los dioses, porque cuando crees que vas a vivir eternamente es cuando cometes tonterías. ¡Ah, es cierto! Necesitamos que la vida nos quite un flotador para entonces sí apreciarla. Irónicamente requerimos de las crisis y la fricción, necesitamos sentir el hundimiento, el vacío y tener algún tipo de disonancia, de dolor, porque, paradójicamente, es lo que nos abre a la vida.
La mayoría de los que llegamos a los 50 o ya los pasamos, nos hemos tambaleado en alguna área: en el trabajo, la relación de pareja, algún problema de salud, alguna pérdida, un problema con un hijo, algún tipo de adicción o lo que sea, es parte de la vida.
Cuando pasas por una crisis ineludible, como por ejemplo, la de la mitad de la vida, una de las cosas que más te pega es darte cuenta de que eres mortal, que has llegado a la cima de tu edad biológica y que, te guste o no, comienza el mediodía de tu existencia. Y al igual que Mateo, sientes que te quitan un flotador. La vida te da un aviso para que la vivas y la disfrutes con intensidad, porque pronto se puede terminar. Como diría Nietzsche: "La vida no es una mujer seductora; la vida es una mujer que te grita que luches por ser dignlo con la primera visión es muy probable que la amargura te invada, o lo que es lo mismo, que la vida te quite el otro flotador y te sientas muerto en vida. Nuevamente, como dijo Nietzsche: "Eres igual que un cerillo, para que puedas vivir tienes que consumirte". Así es, a ese consumirnos constantemente le llamamos vida. Sólo cuando le daen cada cumpleaños, festejas vivir un año más y, al mismo tiempo, sientes el pellizco en el estómago porque sabes que significa vivir un año menos.
Este punto de quiebre nos ofrece dos lecturas: la primera es la de la pérdida en varios de sus niveles: pérdida de energía, del gozo de la irresponsabilidad, de los desvelos sin consecuencia o de la urgencia por construir un futuro. La segunda es la lectura de una ganancia: un despertar en la mirada que aprecia el mundo de diferente manera y disfruta la belleza del instante, de lo simple, te das cuenta de que lo que antes te deslumbraba, no es en realidad lo que te hace feliz, y de que el momento para ser la mejor versión de ti mismo es ahora.
Cuando te quedas sólo con la primera visión es muy probable que l 31px;">Al preparar su lo que es lo mismo, que más rápido de lo que pude reaccionar, se quitó uno de los flotadores –decidió que le estorbaba– y lo aventó fuera de la alberca. ¡Splash!, se lanzó como siempre, sólo que sintió la angustiosa realidad de hundirse sorpresivamente.mos valor a la muerte, le damos valor a la vida. Es por eso que pasados los 50 años, la vida toma un sentido maravilloso, cómo vivirla es nuestra opción.

lunes, 16 de enero de 2012

Inspiración para el cambio

Zitamar Arellano Trueba


El espíritu humano tiene una tendencia natural hacia el bien. Las personas, en nuestro sano juicio y bajo un entorno que permite ejercer nuestras libertades, decidimos naturalmente hacer lo bueno para el mundo. Sólo aquellas personas que han tenido una vida en medio de la pobreza, la falta de educación, el hambre o la ausencia de valores son las que eligen hacer el mal.

Los sicarios, por ejemplo, son a pesar de todo, víctimas de su propio ambiente y de sus decisiones equivocadas que los llevan a tener la idea de que el dinero es el bien más importante que una persona puede tener. Les faltó crecer en un ambiente distinto, pues naturalmente no son lo que artificialmente se construyó en ellos.

Por eso estoy en contra de un ambiente donde las prohibiciones deciden marcarnos nuestro comportamiento y soslayan la capacidad de las personas para tomar las decisiones que impulsan el bien. En un ambiente de libertades el potencial humano crece, las ideas fluyen, la verdad impera la belleza se expresa y la bondad reina. Prohibir equivale a limitar el espíritu humano.

En los últimos días me he involucrado en un proyecto que abandera la idea de hacer bien el bien, que compite con otros proyectos que buscan hacer bien el mal o, en un caso no tan grave, de personas que por incapacidad hacen mal el bien. Estoy, pues, en la ruta de hacer bien el bien, con ideas nuevas, con una visión distinta de la realidad, con la conciencia clara de mis limitaciones y del momento y posición en que me encuentro. 

Este proyecto tiene, entre otras características, el de fortalecer y unificar al Partido Acción Nacional. Busca trazar una ruta distinta a la que ha significado a este partido, no sólo por sus errores y resultados que en el pasado lo han dejado a distancia de sus objetivos, sino porque creo que la mejor manera de obtener resultados distintos y mejores es, justamente, probar nuevos caminos. Eistein decía que sólo los insensatos piensan que obtendrán resultados distintos haciendo lo mismo todo el tiempo.

Quien abandera este proyecto de cambio renovador para fortalecer y unir al PAN es Jesús Ramírez Rangel, un joven político panista nigropetense, que siembra ideas como las siguientes:

1.- El PAN debe ser crítico frente a los errores del Gobierno, porque en esa crítica subsiste verdad y una parte de contrapeso al régimen moreirista, pero de ninguna manera la crítica es todo el mensaje del PAN, pues las propuestas para el desarrollo y la seguridad, por ejemplo, deben ser las principales banderas. Se trata de hacer bien el bien, no sólo evitar bien el mal.

2.- El asunto no es ir por Coahuila prometiendo solucionar los problemas de todos. Eso, está probado, es de plano un absurdo. La idea es impulsar la organización de las personas para que, con respeto a su dignidad y un sentido profundamente humanista, cada quien genere las capacidades para resolver los problemas. Esta idea será, en poco tiempo, impulsora de un proyecto de gestión social inédito en Coahuila.

3.- La verdad es un instrumento poderoso. Muchos políticos creen que la simulación o la mentira logran resultados favorables a su causa. Pero la verdad, conquista las almas, fortalece la credibilidad, motiva la reflexión y moviliza a las personas en beneficio no sólo de los proyectos que impulsa quien se conduce con verdad, sino de todas las personas que la conocen. Tiene, pues, un efecto multiplicador, redentor y duradero.

Muchas personas han sido inspiradas por estas ideas, que tienen el común denominador de elevar el espíritu humano para hacer bien el bien.

Personas e historias que inspiran emociones positivas se pueden encontrar a diario casi en cualquier lugar. Quiero, si me permite robarle algunos minutos, compartir con usted algunos videos inspiradores, que revelan el espíritu humano que resurge para mostrarnos la belleza, la bondad y la verdad.

Jackie Evancho, la niña cuya sorprendente voz y candidez conquistó América en 2010:http://www.youtube.com/watch?v=SKhmFSV-XB0

Nick Vujicic, quien inspira al mundo con una historia de valor, fe y fortaleza sin brazos ni piernas y nos dice una y otra vez que todo es posible: http://www.youtube.com/watch?v=0O3xDmXmHU8&feature=related

Una boda que nunca olvidarás, porque revela que el amor es capaz de cualquier sorpresa:http://www.youtube.com/watch?v=lVAR8hIF76s

Los abrazos más fuertes que jamás ha recibido alguien que regresa a casa:http://www.youtube.com/watch?v=yXmXcAcukS4

Lo prevengo que necesitará un pañuelo para limpiarse las lágrimas… y los mocos, claro.

Si tienes historias de valor, fortaleza espiritual y amor, cómpartelas con un servidor en Facebook, sígueme en Twitter donde siempre encontrarás ganas de este cambio renovador o escríbeme un correo a zitamararellano@hotmail.com. Aún hay muchas historias que contar.

domingo, 5 de septiembre de 2010

¿COMO VIVIR EN PAZ CON MIS PADRES?


Por Borja Villaseca-ELPAIS.com

¡Ay, los padres! les queremos mucho, pero a veces acaban con nuestra paciencia y no podemos pasar con ellos un día entero. ¿Y los hijos? es que nos 'matan' a disgustos. relaciones problemáticas. las analizamos para intentar mejorarlas de la mano de seis historias reales. seguro que nos vemos retratados

No existe ningún otro oficio en el mundo que requiera tanta dedicación y compromiso. Va mucho más allá de cualquier jornada completa. Y si no, que se lo pregunten a Nuria Mateo y a Aurelia Martínez. Ser madre (y padre) implica responsabilizarse de la manutención, la protección y la educación de un bebé 24 horas al día durante unos cuantos años. De hecho, hasta que los hijos son capaces de valerse por sí mismos -emocional y económicamente- transcurren entre 18 y 30 años, dependiendo de cada caso.

Nadie pone en duda que adentrarse en la paternidad (y la maternidad) supone un punto de inflexión radical en nuestro camino vital. Es común escuchar a la gente decir que tener hijos es lo más maravilloso que te puede ocurrir. Que te cambia la vida para siempre. E incluso que no existe ninguna experiencia comparable, pues los hijos despiertan lo mejor y lo peor de uno mismo.

La paradoja es que a lo largo de nuestro proceso de educación nadie nos enseña a ejercer esta nueva función biológica. Tarde o temprano nos vemos sosteniendo en nuestros brazos a un recién nacido, sin duda alguna la criatura más frágil, inocente y hermosa que habita en este mundo. Y es en ese preciso momento cuando nuestra ilusión se ve empañada por el miedo. Sobre todo porque nos damos cuenta de que, en general, no tenemos ni idea de lo que se supone que debemos hacer.

Tener hijos no nos convierte en padres (ni madres), del mismo modo que tener una guitarra no nos vuelve guitarristas. Esta es la razón por la que a muchos no nos queda más remedio que aprender a través de nuestra experiencia. Un proceso que irremediablemente nos lleva a cometer errores. En el nombre de nuestras mejores intenciones tomamos decisiones, actitudes y comportamientos pensando en lo que creemos que es mejor para nuestros hijos. Sin embargo, con el tiempo y la distancia, a veces nos damos cuenta de que hicimos lo que hicimos porque, en realidad, era lo mejor para nosotros.

Esta toma de consciencia forma parte del aprendizaje, tanto para los padres (y las madres) como para los hijos. Y como no podía ser de otra manera, muchos de estos no lo comprenderán ni lo aceptarán hasta que pasen ellos mismos por la misma experiencia. Es un círculo tan inmutable como eterno: normalmente empezamos a empatizar con nuestros progenitores cuando tenemos hijos. Tal y como ha hecho Marc Singer, llega un día en el que incluso somos lo suficientemente humildes para perdonarlos, reservándoles un lugar privilegiado en nuestro corazón.

Eso sí, antes de dar el importante paso de la paternidad, nunca está de más reflexionar dicha decisión detenidamente. En este sentido, ¿qué nos lleva a contraer matrimonio? Y más importante todavía: desde un punto de vista emocional, ¿estamos verdaderamente trabajados para asumir la responsabilidad que implica ser padres? Si bien no existen estudios cualitativos que respondan a estas preguntas, los datos no son demasiado alentadores. En la última década, España ha registrado el mayor incremento de toda Europa en el número de divorcios, pasando de 36.072 en 1998 a 110.036 en 2008, según el Instituto de Política Familiar. Según esta estadística, se produce un divorcio cada cinco minutos.

Superada la etapa del enamoramiento, muy pocas relaciones mantienen encendida la llama del amor. Y esto es algo que terminan pagando nuestros retoños. Generación tras generación, muchos adultos seguimos priorizando nuestro interés personal en detrimento del bienestar de nuestros hijos. Estamos tan cegados por lo que creemos que puede aportarnos un bebé a nuestra existencia, que apenas reflexionamos sobre si estamos en condiciones de amarlo y educarlo tal y como necesita.

Ahora mismo, la media de hijos es de 1,33 en las madres españolas -que conciben su primer retoño a los 31 años- y de 1,69 en las madres extranjeras afincadas en este país, según el Instituto Nacional de Estadística. Más allá de estos datos -y de la necesidad biológica de preservar nuestra especie-, ¿por qué tenemos hijos? Esta fue una de las preguntas que motivaron la elaboración del estudio La infancia y la maternidad en España 2010. Un grupo de expertos realizó 1.000 encuestas a mujeres con edades comprendidas entre los 18 y 45 años de todo el territorio nacional. De estas, más de la mitad ya son madres y las que todavía no lo son tienen la intención de serlo en el futuro. El 13% de las encuestadas afirmaron que renuncian a la maternidad, una postura adoptada por cada vez más parejas.

Según este estudio, existen tres razones principales por las que se quiere tener descendencia: 1. Sentirse realizadas como mujer. 2. La relevancia social que implica tener un bebé. 3. El efecto positivo que un recién nacido aporta a una relación de pareja. Estas respuestas ponen de manifiesto la perspectiva egocéntrica con la que, en general, nos embarcamos en la aventura de ser padres.

Y lo cierto es que este egocentrismo paternal no tiene nada de nuevo. Hace más de cinco décadas, el psicólogo humanista norteamericano Carl Rogers (1902-1987) constató que "normalmente deseamos tener un hijo para cumplir con lo que nuestra familia y la sociedad espera de nosotros". También para "crear un vínculo afectivo con nuestra pareja, de la que nos sentimos distanciados". En algunos casos, "los hijos también se convierten en un juguete con el que entretenernos y escapar así del aburrimiento, el vacío y la monotonía de una vida carente de propósito y sentido".

Según las tesis planteadas por Rogers, "nuestros deseos egoístas no son motivo suficiente para concebir un hijo". En el caso de llegar el momento oportuno, "nuestro corazón siente una aspiración mucho más trascendente y altruista: contribuir con nuestro granito de arena en la evolución consciente de la humanidad, comprometiéndonos con desarrollar todo el potencial del recién nacido", afirma este psicólogo, autor de El proceso de convertirse en persona y El matrimonio y sus alternativas.

Para lograrlo, primero hemos de echarnos un vistazo a nosotros mismos. Para poder ser un buen padre se debe contar con la comprensión suficiente para disfrutar de una vida equilibrada y plena. Antes de dedicarnos a atender emocionalmente a nuestros hijos, primero debemos haberlo hecho con nosotros mismos. Solo así asumiremos nuestro nuevo rol de forma madura y responsable, tal y como explica Laura Ubalde. En palabras de Rogers, "si bien en general se tienen hijos porque toca, no hemos de olvidar que ser padre es un milagro biológico, el don más preciado de nuestra existencia; requiere cierto esfuerzo por nuestra parte ser dignos de disfrutarlo".

La historia de Montserrat Ras Mallorquí revela una verdad incómoda: no hay relaciones más amorosas y a la vez tan conflictivas como las que se crean en el seno de la familia. Con los años, nuestro hogar puede convertirse en un nido de cariño, ternura y complicidad, pero también en un tribunal despiadado y frío en el que cada miembro asume los roles de juez, verdugo y víctima. Además, en el nombre de la confianza, parece como si tuviéramos carta blanca para decir lo que pensamos sin tener que pensar en lo que decimos. En ocasiones, y casi sin darnos cuenta, terminamos pagando nuestro malestar los unos con los otros, abriendo heridas cada vez más difíciles de cicatrizar.

Frente a este contexto cabe preguntarse: ¿cuál es la raíz de todos estos problemas y conflictos? Si bien no existe una sola respuesta, muchos expertos hablan de la "paternidad inconsciente". Se trata de un fenómeno que viene repitiéndose a lo largo de los siglos y que va traspasándose de generación en generación por medio del condicionamiento promovido por el orden establecido. El resultado es bien conocido por todos: se le denomina "pensamiento único". Es decir, la manera normal y común en la que una determinada sociedad piensa, entiende y se relaciona con la vida.

Esta es la razón por la que, dependiendo del lugar donde nacemos, solemos utilizar un determinado idioma, defender una determinada cultura, estar afiliados a un determinado partido político, seguir una determinada religión e, incluso, apoyar a un determinado equipo de fútbol. Normalmente no elegimos nuestras creencias (que condicionan nuestra forma de comprender la vida), nuestros valores (que influyen en nuestra toma de decisiones) y nuestras aspiraciones (que marcan aquello que deseamos conseguir). Todo ello nos es determinado durante nuestro proceso de condicionamiento.

Llegados a este punto, caber recordar que cuando nacen los niños son como una hoja en blanco: limpios, puros y sin limitaciones ni prejuicios de ningún tipo. Al ver el mundo por primera vez, se asombran por todas las cosas que en él suceden. Ese es el tesoro de la inocencia. Tan solo hay que ver la cara que ponemos los adultos cuando miramos cómo juega un niño a nuestro alrededor. Solemos sonreír, disipando por unos momentos la nube gris que normalmente distorsiona nuestra manera de ver e interpretar la realidad.

Sin embargo, "los padres inconscientes creen erróneamente que sus hijos son una más de sus posesiones, y, en vez de darles lo que verdaderamente necesitan (cariño, atención, aceptación, libertad y mucho amor), les ponen todo tipo de límites, inculcándoles creencias, valores y aspiraciones que definan quiénes han de ser, cómo deben comportarse y de qué manera deben vivir". Son palabras del reconocido psicólogo y filósofo alemán Erich Fromm (1900-1980), autor de La patología de la normalidad, El arte de amar y El miedo a la libertad.

"La paternidad inconsciente no tiene como finalidad desarrollar el potencial único de cada recién nacido, sino garantizar que este se convierta en un adulto normal, alineado con los cánones de pensamiento impuestos por la sociedad", según Fromm. Así es como, poco a poco, "la inocencia va siendo sepultada por una capa de ignorancia, obstaculizando que cada ser humano realice su propio descubrimiento de la vida". Y es que una cosa es poner límites, y otra bien distinta, imponer limitaciones. Lo curioso es que "los padres inconscientes hacen con sus hijos exactamente lo que les hicieron a ellos cuando eran niños". De ahí que se diga que todos somos hijos de víctimas, que a su vez son hijos de víctimas, que a su vez fueron hijos de víctimas...

La paternidad inconsciente suele generar dos tipos de reacciones en los hijos: "Los hay que literalmente se convierten en sus padres, adoptando el mismo estilo de vida", sostiene el psicólogo Erich Fromm. De hecho, "muchos copian y reproducen según qué comportamientos de sus padres a la hora de relacionarse con sus propios hijos". Por el contrario, "los hay que se rebelan, entrando en conflicto con el canon marcado por sus progenitores". En estos casos, "los hijos suelen construir un mundo personal, social y profesional opuesto al determinado por su entorno familiar".

Más allá de estos dos extremos, Fromm propone que los hijos nos "emancipemos emocionalmente" de nuestros padres. Solo así podremos lograr "un sano equilibrio entre el legado familiar y la posibilidad de seguir nuestro propio camino en la vida". Desde la óptica del psicoanálisis, a este proceso se le conoce como "matar al padre". Por supuesto, "no se trata de acabar con nuestros progenitores físicamente, pero sí de trascender su influencia psicológica, liberándonos de la necesidad de ser aceptados, valorados y amados por ellos".

Esta metáfora es una invitación a asumir la responsabilidad de nuestra vida emocional, tal y como ha hecho Eduardo Grimal. Así es como podemos dejar de victimizarnos y de culpar a nuestros padres por la manera en la que nos condicionaron durante la infancia y por la forma en la que se relacionan con nosotros ahora. Más que nada porque "movidos por sus buenas intenciones, nuestros padres siempre lo hacen lo mejor que pueden en base a su grado de comprensión y a su nivel de consciencia", concluye Fromm.

Al convertirnos en adultos, los hijos solemos quejarnos por la mochila familiar que cargamos sobre nuestras espaldas, repleta de miedos, complejos y frustraciones. Sobre todo porque este exceso de equipaje suele condicionar y limitar nuestra manera de relacionarnos con los demás. Pero, tal y como descubrió Pilar García Fuertes, debido al tipo de infancia y de condicionamiento que recibieron en su día, nuestros padres suelen cargar con una maleta bastante más pesada que la nuestra.

Por ello, la conquista de nuestra independencia emocional no pasa por confrontar ni enemistarnos con nuestros progenitores. Por más que nos moleste, están en su derecho de opinar acerca de cómo les gustaría que fuera nuestra vida. Así, "el reto consiste en aprender a autoabastecernos emocionalmente, fortaleciendo nuestra autoestima", sostiene Darío Lostado, profesor de psicología y filosofía de la Universidad de Chile. "Solo así podremos despedirnos definitivamente de la necesidad de que nuestros padres sean diferentes a como son hoy".

Además, "lo que no resolvemos con nuestros padres, lo trasladamos a nuestros hijos", añade Lostado, autor de La alegría de ser tú mismo. De ahí que esta emancipación emocional sea el pilar sobre el que se asienta la "paternidad consciente", que, más allá de condicionar a los hijos, promueve una auténtica educación. Etimológicamente, uno de los significados de la palabra latina educare es "conducir de la oscuridad a la luz". Es decir, "extraer algo que está en nuestro interior, desarrollando todo nuestro potencial". Así, "nuestra función como padres no consiste en proyectar nuestra manera de ver el mundo sobre nuestros hijos, sino en acompañarles para que ellos mismos descubran su propia forma de mirarlo, comprenderlo y disfrutarlo".

Para saber si verdaderamente hemos sanado nuestras heridas, basta con que pasemos un fin de semana con nuestros padres. "Si somos capaces de relacionarnos con ellos con aceptación (dejando de reaccionar frente a según qué comentarios), empatía (tratando de comprenderles, en vez de querer que nos comprendan primero a nosotros) y compasión (dando lo mejor de nosotros mismos desde el corazón), quiere decir que estamos preparados para tener y educar hijos de forma consciente, madura y responsable", afirma Lostado. Y concluye: "Quien no acepta, perdona y ama a sus padres, suele terminar siendo una carga para sus hijos".

Lea el reportaje con todos los testimonios en: http://www.elpais.com/articulo/portada/puedo/vivir/paz/padres/elpepusoceps/20100905elpepspor_10/Tes