Denise Dresser / Proceso
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El odio a primera vista. El temor destilado. La mezcla de ambos sentimientos en la campaña del PAN contra Andrés Manuel López Obrador. Día tras día, spot tras spot, declaración tras declaración, los panistas atizan dos sentimientos que van de la mano. Porque no hay odio sin miedo. Porque el odio es el miedo cristalizado, objetivizado, su dividendo: odiamos lo que tememos y el odio florece donde el miedo acecha. El PAN promueve el miedo a un candidato y piensa que tiene derecho a hacerlo por lo que dice y ha hecho. Pero eso es sólo parcialmente cierto. El miedo a AMLO que los panistas siembran y ciertos sectores del país cosechan es –en el fondo– miedo al país.
Miedo a ese país de pobres, de “nacos”, de indígenas, de desarrapados. Miedo a quienes viven parados en los camellones vendiendo chicles o subsisten en el campo cultivando maíz. Miedo a los mineros enojados y a los cañeros sublevados. Miedo a los resentidos y a los marginados. Miedo a mirar la realidad del subdesarrollo detrás de la retórica de la modernidad. Miedo a la verdad y a nosotros mismos. Miedo a mirar al país tal y como es. Detrás de los mitos. Detrás de las cercas electrificadas cada vez más altas en Las Lomas. Detrás de la hipocresía fundacional en un país profunda y dolorosamente desigual.
Ese miedo al México que hemos construido, disfrazado de rechazo a una persona a la cual se erige como el anti Cristo. “Un peligro para México”. En todas las conversaciones, en todos los cocteles, en todas las cenas. Mensajes reiterativos –repletos de descalificaciones– enviados a través del internet sobre AMLO. Ignorante. Autoritario. Deshonesto. Cobarde. Demagogo. Violento. Anti institucional. Mentiroso. Tiene personalidad múltiple. A un compañero lo golpeó cuando le daba la espalda con una pelota de beisbol (después murió). Junto con Hugo Chávez y Fidel Castro creará una América comunista. Aborrece a la gente con dinero. Mató a su hermano. En realidad usa relojes caros y trajes Hugo Boss. Es un naco. Sólo gobernará para los pobres. Su única forma de expresarse es a través de expresiones coloquiales. Una tras otra, preocupaciones legítimas acompañadas de juicios que no lo son.
Una tras otra, percepciones fundadas acompañadas de prejuicios escondidos. Porque como lo escribió Burke, ninguna pasión roba a la mente de sus poderes de actuación y razonamiento como el miedo. Ese miedo que desquicia, que enardece, que polariza. Ese miedo que el PAN detecta y comercializa en las pantallas de televisión. Ese miedo que impide evaluar a López Obrador con la cabeza fría y el corazón en calma. Que obstaculiza la critica necesaria basada en los hechos y no en las diatribas. Que impide ver lo bueno y lo malo de su gestión en el Distrito Federal. Lo positivo y lo negativo de su proyecto alternativo de nación. Lo aplaudible y lo criticable de las propuestas que ha planteado.
Esa labor de discernimiento que una ciudadanía consciente debería asumir como obligación, frente a López Obrador y también frente a sus contrincantes. Esa tarea de externar las preocupaciones legítimas en torno a los derechos de propiedad, la irresponsabilidad fiscal, el alivio a la pobreza acompañado de la creación de riqueza. Esa tarea que hoy quienes odian con virulencia no pueden llevar a cabo. Están demasiado ocupados odiando, vociferando, vituperando. Odiando, quizás, por un sentido de culpa. Temiendo, quizás, porque viven con la conciencia intranquila. Porque cuando se odia tanto a una persona se está odiando algo que es demasiado profundo y poderoso para ser asumido de manera consciente. Porque cuando se odia tanto a una persona, se está odiando también parte de uno mismo, como escribió Herman Hesse en Demian. Lo que no forma parte de una persona no preocupa, pero López Obrador preocupa precisamente por lo que revela de México y su población.
Por ese espejo que coloca ante los ojos del país y quienes han permitido que sea como es hoy. Un lugar rico con muchos pobres. Un lugar con más multimillonarios que Suiza, según la lista más reciente de la revista Forbes. Donde gran parte de las fortunas han sido acumuladas en sectores con poca o ninguna competencia y protegidos por el gobierno. Donde funcionarios de Telmex están intentando bloquear la aprobación de la nueva ley competencia porque buscaría precisamente fomentarla. Donde según un estudio reciente de la ONG Fundar, siete de cada 10 mexicanos padecen un abuso de autoridad cada vez que pisan un Ministerio Público. Donde el 94 por ciento de los delitos no son resueltos. Donde el 40 por ciento de las mujeres dicen haber padecido la violencia doméstica. Donde los responsables del Pemexgate son premiados con una senaduría. Donde 17 millones de personas viven en pobreza extrema. Datos duros de un país donde la vida es difícil para la mayoría de quienes sobreviven en él.
Eso es lo que debería provocar miedo. Eso es lo que debería producir temor. Eso es lo que los mexicanos deberían combatir y cuestionar y odiar y recordarle a los candidatos presidenciales, todos los días a toda hora. Y eso es lo que explica que Andrés Manuel López Obrador sea puntero con posibilidades reales de ganar, aunque no tenga la mejor propuesta para gobernar. Hay demasiados mexicanos para los cuales el país no funciona. Hay demasiados mexicanos para quienes más de lo mismo significaría peor de lo mismo. Hay demasiados mexicanos que buscan una transformación a fondo del país que los ha excluido o maltratado o ignorado. Y también hay demasiados mexicanos que no lo entienden, para los cuales el país marcha. El país avanza. El país les permite vivir bien, aunque sea detrás de muros cada vez más elevados. Aunque sea con miedo.
Por eso el mismo líder que es carismático para los desposeídos –cuya salvación está en el cambio– es peligroso a los ojos de quienes no ven en el cambio la respuesta, sino la ruina. La esperanza de unos es el miedo de otros. Y el miedo es un garrote usado, a lo largo de la historia, por los sacerdotes y los reyes y los presidentes y los candidatos para evitar que la gente recobre bienes robados.
Bienes públicos que han sido privatizados, monopolizados, arrebatados. ¿Qué es y ha sido más peligroso para México? ¿López Obrador o un sistema socioeconómico que concentra la riqueza y no quiere distribuirla de manera más justa? ¿López Obrador o élites políticas, sociales y empresariales satisfechas con las tajadas que se sirven? El odio feroz a AMLO ata a sus críticos a un adversario falso. El verdadero peligro para México no es un hombre, sino la resistencia de tantos a compartir el país y gobernarlo mejor.
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