Las acciones volaron 1 - Don Rodolfo rompe su silencio de 32 años 2 - Vendedor sin permiso para vender / El boicot 3 - Fin del boicot / Pacto de caballeros 4 - Las acciones volaron " Un buen día me hablan de San Antonio para decirme que había un contrato que tenía que firmar al día siguiente, que era imperativo que estuviera aquí. Hicimos los preparativos, fui al Aeropuerto del Norte. Ya para esto la distribuidora de aviones que había yo establecido en San Nicolás de los Garza se había trasladado al Aeropuerto del Norte donde se hizo un aeropuerto privado. Ese negocio me dio a mí habilidad de poder comprar para Ediciones de El Norte el rotativo offset, que todavía sigue instalada, que es la rotativa que ha durado más años en producción en los periódicos El Norte y El Sol. Quiero dejar claramente establecido que empezó a funcionar en 1970 y ahora en 2005 sigue funcionando. Le habrán agregado una unidad o dos, no lo sé, pero la parte principal de la rotativa en mi época se instaló, y yo fui el administrador único de Editora El Sol desde 1963 hasta 1973. Despegamos de Monterrey rumbo a San Antonio cuando había muy mal tiempo, por la urgencia de estar en San Antonio ese día...Esa noche, Rodolfo, el mayor de mis hijos, habla a nuestra casa en San Antonio, mi mujer contesta y le dice: - Tía, estábamos sumamente preocupados por el mal tiempo y pensábamos que no se habían ido. - No - le dijo - aquí estamos muy tranquilos, ya cerró su contrato, ya todo está arreglado. -¡Ah! pues qué bueno, muchas gracias. Al día siguiente, el Lic. Abelardo Leal Jr., cerca de mediodía me llama a San Antonio y me dice: - Señor, le sacaron todas las acciones de la caja fuerte de la empresa. - ¿Qué me dice Abelardo? -Señor, le voy a repetir, le sacaron todas las acciones de las cajas fuertes de la empresa. Mal colgaba yo el teléfono con Abelardo, cuando Enrique Gómez Junco me llamaba: - ¿Sabes lo que aconteció? - Sí - le dije - me acaba de hablar el Lic. Abelardo. - Pues yo me encontré con este muchachito, tu hijo mayor, en el elevador festeja. Mi madre, molesta dijo: ponga a Rodolfo en el teléfono, y me llamó y le dije lo siguiente: - Vuelve a poner las acciones en el lugar de donde indebidamente las tomaron y regreso a Monterrey. De lo contrario no voy. - Eso no va a suceder - me contestó-. Le colgué el teléfono. Llama a Manuel Rivero, mi madre, le dice: - Manuel, Rodolfo no quiere regresar, pon los periódicos a la venta. - Doña María Teresa - le dice Manuel G. Rivero - todo esto que han hecho para terminar con la decisión de que van a vender los periódicos, perdóneme, pero yo... mi entendimiento no me alcanza. Al día siguiente vuelve a llamar Abelardo y me dice: - Por órdenes de Doña Teresa, Rodolfo y Alejandro regresan al periódico -. - Agárrense, es todo lo que les voy a decir, agárrense. Al saber que no regresaría al frente de los periódicos, Manuel, Abelardo y Enrique trataron de alguna manera llegar a un arreglo, se llegó a un arreglo que todo el mundo firmó, mis padres, mis dos hijos mayores, mi esposa y yo, el Lic. Abelardo, Enrique y Manuel G. Rivero." La historia con mi hija. " Me llegaron informes de que María Teresa, mi segunda hija, no obedecía órdenes, hacía lo que le daba su gana aprovechando la ausencia del padre, naturalmente. La llamé y le dije textualmente: "- o acatas órdenes o te voy a mandar a una escuela en Inglaterra." -Pues si puedes ven por mí- -¿Ah sí? OK. Pues efectivamente fui por ella. A la niña se le había olvidado que el chofer que les tenía era empleado mío. Yo sabía en qué escuela estaba, vi al chofer, esperé a que la subiera al carro, intercepté el automóvil en que ella venía que era propiedad mía, la subí a un carro que me había prestado gentilmente Manuel G. Rivero. Yo tenía un pasaporte de ella, fuimos al Aeropuerto del Norte para recoger uno de mis dos aviones para regresar a San Antonio, se desató una tormenta tremenda cerca del aeropuerto y no dejaban salir a nadie. Entonces nos fuimos a un hotel ahí en Topo Chico a comer, regresamos y me llevé la sorpresa de mi vida: el Duque que era un avión que yo prefería volar porque estaba presurizado, con algo, posiblemente una aguja hipodérmica o algo que era como pica hielo, le picaron la rueda de nariz; se estaba desinflando y se oía salir el aire. Al otro, un Twin Comanche, le habían desinflado las ruedas principales. El Ing. Carlos López Navarro que era el Director de Aeronáutica Civil ahí en Monterrey, al ver que estaba yo cerca de los aviones vino a decirme: - Rodolfo, no sé que pasa con estos muchachos, ya los corrí de aquí y me amenazaron, me dijeron que no me metiera en lo que no me importaba. - ¿Pero quiénes eran?- - Pues eran cuatro, mis dos hijos, mi yerno, Eduardo Garza T., el marido de Carmen, y Ricardo Junco Garza. No nos quedó más remedio que agarrar el automóvil y venirnos a San Antonio. De Laredo llamé a Manuel Rivero para decirle que me había traído su automóvil. Me dijo que no me preocupara que no había problema, me dijo "yo me encargo de avisarle a Doña María Teresa que tu hija anda contigo". Llegamos a San Antonio, estuvimos ahí un día o dos, nos fuimos a nuestro rancho en Bandera. Ahí estuvimos una semana, pero la niña siempre quería estar hablando por teléfono dizque con el novio, y los dos inocentes de mi mujer y yo le creíamos. Regresamos a San Antonio porque mi mujer la quería surtir de ropa, porque nos íbamos a ir a Inglaterra para internarla en la escuela y una noche que estábamos cenando, le preguntó a mi mujer que por qué había un switch en la puerta de la entrada de la casa y mi mujer que no sabe decir mentiras, le dijo: -Lo utilizamos para cuando queremos salir al patio de enfrente y desarmamos la alarma, porque como esta casa está llena de puertas corredizas, siempre tenemos la alarma activada. A las dos de la mañana oí un ruido, me levanto y me tropiezo con ella, andaba en una bata como si fuera a ir a un baño: - ¿Estás bien? - Si estoy bien, voy al baño y me voy a dormir. Nada... desconecta la alarma, sale y la estaban esperando los hermanos para regresarla a Monterrey, se estaban tomando atribuciones como si fueran los padres de ella, ¿verdad?...pensé... vuelve otra vez a Monterrey, no es posible vivir así, Dios la bendiga. Esa noche mis dos hijos mayores, junto con Eduardo Garza T., marido de mi hija Carmen Eugenia, apoyados por un par de pistoleros, allanaron la casa de Guillermo mi hermano, como cualquier bandido. Estaban ahí Enrique Gómez Junco, Tere, Toña la esposa de Guillermo mi hermano, que ambos ya fallecieron, y Manuel G. Rivero. Toña mi cuñada, muy molesta, le habló a mi madre por teléfono y le dijo: - Señora, yo no estoy acostumbrada a que se me trate de esa manera. - Pues son mayores de edad - le contestó mi madre. - No señora perdóneme, usted es la que los está azuzando. Cría cuervos y te sacarán los ojos... " Mi madre de joven tuvo un problema, su madre enviudó y se volvió a casar, y nunca, nunca perdonó a su madre por haberse vuelto a casar. Se le hizo un complejo, porque ese complejo la llevó a que hiciera a un lado a Juan su hermano, cuya mujer murió al dar a luz a su único hijo. Juan se volvió a casar con una hermosa mujer, y mi madre jamás lo volvió a ver. Cuando enviudé me vuelvo a casar, y sucede lo mismo. En fin, en vista de todo esto decidí volver a Monterrey a recoger ropa de la casa en donde había vivido, y para esto le pedí a Enrique Gómez Junco, que todavía trabajaba en el periódico, que me hiciera favor de acompañarme. Cuál fue nuestra sorpresa cuando vamos entrando a la casa de Danubio 126 poniente y ver que la casa estaba saqueada. Tiraron las cortinas, había fotografías mías, de su madre, de ellos tiradas por todas partes; no había muebles, llamaron a un cerrajero, abrieron la caja fuerte, sacaron las alhajas - pocas - que había ahí. En fin, fue para mi un golpe muy duro, nunca me hubiera esperado yo que mis hijos me hicieran eso, pero hay un dicho que dice "Cría cuervos y te sacarán los ojos", y ese dicho aquí se ha convertido en realidad, no nada más han mentido, se me ha calumniado. Desde 1960 existía una escuela de periodismo en los periódicos y ahora el nuevo presidente dice que él la fundó en 1970. De un plumazo trataron de borrar 31 años de esfuerzos que yo dediqué a esos periódicos. Han calumniado a mi esposa, se han publicado tantas falsedades de esas y por el Internet, que no cabe en una gente con la mente sana comprender cómo se puede llegar a tal bajeza. Pero bien se dice que Dios no le da a uno una cruz más pesada que la que puede uno cargar. Y yo acepto eso." Arreglos, incumplimientos y otras demandas " Un buen día dejaron de depositar en el banco en que habíamos quedado, la pensión que se me había otorgado en el arreglo que firmamos en marzo de 1973. Le dirigí una carta a Alejandro, mi segundo hijo, advirtiéndole de que si incumplían con lo pactado me iba a ver obligado a recurrir al sistema legal. Cuando intercepté a María Teresa, yo sabía que iba a haber consecuencias pero nunca creí que la venganza de parte de ellos llegara a esas alturas. Pasan unos cuantos días y Héctor M. Ortiz, alto funcionario del Frost Bank, llama a mi oficina aquí en San Antonio y me dice que tiene urgencia de verme pero que no lo quiere hacer porque no me quiere decir por teléfono. Acudí a su oficina y me dice lo siguiente: - Acabo de recibir una llamada de Alejandro en donde me dice que no nada más no reconocen el adeudo que ellos asumieron de 1973, sino que no van a pagar el financiamiento que adquirieron cuando tú te retiraste ¿qué quieres decir? - Héctor - le dije - yo jamás les he fallado, para mí es una verdadera sorpresa, si ustedes me permiten yo quisiera extender por seis meses ese pago, pagándoles por supuesto los intereses correspondientes. - Por tratarse de ti, ya que has sido tan buen cliente y tan buen pagador, estoy seguro de que el Comité al que tengo que consultar va a aprobar. Vete tranquilo, yo te aviso cuando el documento esté listo...y me lo firmas. - Héctor, muchas gracias - y me despedí. - En los pasillos de Conciliación y Arbitraje en Monterrey se rumora que el Sindicato Independiente de Empleados y Obreros de Editorial El Sol, Sociedad Anónima, me va a demandar. ¿Me puedes dar la mano en este caso? - Mira - me dice - estoy sumamente agobiado por un problema muy grande que traigo, pero tengo una persona que estoy seguro, te va a satisfacer, se llama Román Cantú Chapa y es parte del grupo de abogados del Lic. Eduardo Livas Villarreal, el gobernador del estado de Nuevo León. Llamo a Román: - Señor, ¿en qué le puedo servir? -Me imagino - le dije yo- ya le presentó a usted el caso. - Así es. - ¿Tiene usted interés en tomarlo? - Si señor, nada más que debemos esperar a que se presente la demanda y manden el primer citatorio. Efectivamente, el primer citatorio llegó a manos de Román, Román me llamó aquí a San Antonio: - Véngase por favor pasado mañana tiene que presentarse usted ante la Junta de Conciliación y Arbitraje. -Me presenté y al entrar me tropecé con uno de los empleados de Editora El Sol de nombre Heriberto Núñez a quien le dije lo siguiente: - Usted y Ricardo Omaña se venden por un plato de lentejas, cómo es posible que las gentes que trabajaron conmigo se hagan comparsa de esta fabricación. No me contestó palabra alguna, entré al salón en donde íbamos a tener la primera sesión y ahí estaba un licenciado de apellidos Gutiérrez Quintanilla. Acudí a Rogelio Cantú Gómez, mi gran amigo, y le dije: - Tengo este gran problema Rogelio y aunque no me gusta ventilar los problemas familiares en los periódicos, me voy a ver en la necesidad de que me permitas, que pagada, publiques media pagina aquí en El Porvenir. - Encantado de ayudarte - me dijo - siento mucho tus problemas. Y me dio un abrazo. Publicamos esa media pagina al día siguiente, ellos contestaron y así empezaron una serie de demandas, unas que ellos iniciaban, otras que iniciaba yo, y recuerdo de una frase que Don Abelardo Leal Señor, mi consejero legal, muchas veces me decía: - Amigo, donde las dan, las toman- y acordándome de él, y si me están dando, pues voy a dar para que las tomen. Pasa el tiempo, el abogado Gutiérrez Quintanilla junto con Alejandro, convencen a mi padre y a mi madre de que firmen una carta para exigirle a Frost National Bank que les entregue el dinero que yo tenía depositado en esa empresa. Llegan aquí a San Antonio, quieren hablar con Tom Frost, Tom no estaba, pero estaba Buster Fawcett, leyó la carta, se sonrió, y le dijo a Alejandro y al abogado: - Yo lo siento mucho, yo no conozco ni estas firmas ni a estas personas. La única persona que nosotros conocemos es Rodolfo Junco de la Vega, si ustedes creen erróneamente que tienen base para una demanda, háganmelo saber, para comunicarse con nuestros abogados. Se fue." Y sigue la mala saña " Toda esta lamentable situación nunca hubiera sucedido, si mi padre no hubiera tenido un infarto masivo en 1963, que lo dejó en muy malas condiciones de salud. Manuel G. Rivero González, quien junto con Abelardo Leal Jr. nuestro Subdirector, y Enrique Gómez Junco, fueron los que hicieron el arreglo original en marzo de 1973. Manuel buscó a gente importante en Monterrey y logró que tanto Ricardo Chapa, ya fallecido, Don Jesús Llaguno, ya fallecido, Don Carlos Maldonado, ya fallecido amigo mío, el Ing. Octavio Rocha que gracias a Dios vive y el Lic. Alejandro Chapa, sobrino de Don Ricardo, hijo de Don Andrés Chapa, por siete largos meses lucharon para lograr un arreglo definitivo, mientras tanto los intereses del préstamo estaban corriendo, y tenían que afrontarlos. Don Carlos Maldonado un día me llama y me dice: - Rodolfo, creo que podemos llegar a un arreglo, si cedes un poco, perdóname pero tu madre es una mujer muy difícil, no quiere ceder en nada, nosotros podríamos lograr que te pagaran lo que te adeudan, si tú haces alguna acusación, yo estoy listo para oír lo que ustedes tengan que decirme, yo preferiría que tanto el Ing. Octavio Rocha y el Lic. Chapa, se trasladen a San Antonio para que platiquen contigo. - Encantado - le dije yo - con todo gusto los esperaré en el aeropuerto y los traeré a mi casa donde podremos charlar tranquilamente. Efectivamente, llegó el Ing. Octavio Rocha como el Lic. Alejandro Chapa al aeropuerto, los trasladé a nuestra casa, ahí charlamos y me dijeron lo siguiente: - El adeudo de 690,000 dólares que te deben, se puede lograr el pago si tú no les cargas intereses. Les dije yo: - ¿Ya pensaron lo que me están pidiendo? ¿Ya pensaron ustedes que van casi 100,000 dólares de intereses? Alejandro se le quedo viendo a Octavio y le dijo: - ¿Tú crees de que haya manera de que de alguna forma se pueda tranzar en esto? Y Octavio le dijo: - Alejandro, acuérdate lo que dijo Don Carlos. - Yo les debo a ustedes mucho, todo el tiempo que han perdido, gentes tan ocupada como ustedes, como Don Ricardo, como Don Jesús, como Don Carlos, y no les puedo decir que no. - Muchas gracias, nosotros te hablamos A los dos o tres días me llamaron. Que si mí abogado Román Cantú y el licenciado de ellos, el famoso Lic. Gutiérrez Quintanilla, se pudieran juntar para hacer un escrito y resolver el problema, y así fue." Lo que la peor parte y ruina puede hacer " Al principio de todo esto, un buen día el ex gobernador de Nuevo León Eduardo A. Elizondo, en un plan de metiche, me envía una carta en donde me acusaba que yo había dejado a la familia con la peor parte y ruina, a lo que le contesté por medio de una carta: - Estoy dispuesto a intercambiar con ellos los bienes a los que se refiere en el arreglo de marzo de 1973. No me contestó. Pasa el tiempo, uno de sus nietos, se casa con una de mis nietas, hija de Alejandro. No faltó quien me dijera que había sido una boda muy suntuosa, en donde las damas asistentes habían sido requeridas para que trajeran sombrero, en una finca campestre que tiene Alejandro en Allende, N.L., que es toda una poesía, tiene lago, pista de aterrizaje propia, hangares, una magnífica casa, con casa de huéspedes, en fin el tipo de casa de campo, que sólo la gente con mucho dinero lo puede hacer. Ni tardo ni perezoso le escribo yo una carta al Lic. Eduardo A. Elizondo y le digo lo siguiente: - Se me ha informado que uno de tus nietos se casó con una de mis nietas, que fue una boda muy suntuosa en una finca campestre muy elegante. Fíjate nada más, lo que la peor parte y ruina puede hacer. Casualmente se encontraba aquí en San Antonio mi sobrino Manuel Junco Rivero, y le pedí por favor que personalmente entregara en la puerta de la casa del Lic. Elizondo mi misiva. Jamás me contestó. Vienen a mi mente unos versos que frecuentemente decía Don Celedonio, nuestro abuelo: - Cuando el divino redentor del hombre, - cual sumo juez venga a escribir tu nombre, - no dirá si perdiste o ganaste, - sólo habrá de juzgar como jugaste."
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