BLOG DE ANÁLISIS Y PERIODISMO PROPOSITIVO

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lunes, 13 de febrero de 2012

Hipocresía

Una colorada (vale más que cien descoloridas)



Por: Lilia Cisneros Luján
  13 de febrero de 2012

Exigir al otro, modos de comportamiento que se es incapaz de seguir, representa la forma más pura de hipocresía. El hipócrita pretende mostrar cualidades de grandeza, bonhomía y en general valores de los cuales carece; casi siempre con el afán de revestirse de cierta reputación positiva que le es imposible lograr por sus actos cotidianos. La hipocresía, es tan antigua como el humano mismo, las lenguas griega y latina usaban vocablos específicos, para definir a quien actúa o finge una respuesta[1] juzgando de manera crítica y por debajo de la habilidad decisoria del propio sujeto de este verbo[2].
Por diversas razones de tipo moral, ser calificado de hipócrita es casi un estigma; sin embargo en la plenitud de la llamada "sociedad de la información”, la hipocresía, se ha tornado en una habilidad, que impone conocer y ejercer una serie de reglas y procedimientos en los cuales es difícil encontrar la línea entre lo aceptado y lo reprobado.
El ámbito más antiguo donde esto se puede notar objetivamente es del de la diplomacia. Un buen diplomático, tiene gran capacidad de moverse en mundos propios y ajenos, en los cuales a partir del descubrimiento o conocimiento de aspectos simbólicos del lenguaje, los gestos y las acciones del otro, es capaz de enseñar lo que desea, al mismo tiempo de ocultar lo que no es conveniente mostrar. Algunos consideran a la hipocresía como un tipo de mentira, incluso calificada de piadosa y, ciertas corrientes psicológicas, suponen que el “engaño” es un mecanismo de autodefensa, mediante el cual el hipócrita, como resultado de su poca capacidad para reconocer sus imperfecciones y limitaciones, las proyecta o atribuye a otros, justificándose a sí mismo.
Con salvedades, como las mencionadas en los dos ejemplos anteriores, al hipócrita se le asocia de manera oprobiosa con la deshonestidad, el engaño, la cobardía –al requerir de una pantalla para ocultar quien es realmente- la prepotencia para proyectar una grandeza y bondad de la cual carece, motivo por el cual requiere de grandes esfuerzos externos –la publicidad es el mejor instrumento para ello- a fin de construir apariencias que glorifiquen su actuación. Si esto lo llevamos al plano de la politiquería y los procesos electorales modernos, podemos explicar, los escandalosos dispendios que en todo el mundo hacen candidatos incapaces de calificar en sí mismos, los valores –sobre todo negativos- que atribuyen a sus contendientes. ¿Podemos creerle a un aspirante a diputado, que se autodefine como protector del ambiente y preocupado por el cambio climático, al tiempo que contamina una ciudad, con gallardetes, lonas, pasacalles y bardas? ¿Donde está la honestidad de quien se compromete a cumplir la Ley –uno de cuales postulados es la no reelección- pero que deja inconclusa su responsabilidad –en cualquier ámbito del gobierno- para jugar como senador, delegado o gobernador? ¿Bastará el enunciado amoroso, para logar abatir las desigualdades sociales? ¿Puede un pueblo, sometido a una guerra que no es propia, confiar en quien ofrece paz y armonía, pero al mismo tiempo vitupera y usa recursos que no le son propios para denostar al propio y al ajeno?
En esta realidad de personas acostumbradas a esconder sus intenciones y verdadera personalidad, donde la simulación y el disimulo coexisten en medio de una doble moral –el adultero casi sierpe condena en otros el tener un amante- actuada por políticos que en el discurso se llaman de centro izquierda pero se asocian con la extrema derecha o pacifistas que segundos después de sus declaraciones envían tropas a las puertas del vecino; México y Estados Unidos, tendrán elecciones este año.
La humanidad del siglo XXI, en este 2012 señalado por los antiguos mayas como el fin de una época, insiste en un anhelo no logrado por las naciones unidas en diversos, cónclaves, declaraciones y propósitos: La paz, el término de las contradicciones que provocan guerras, hambruna y muerte; la utilización poco objetiva del lenguaje y las imágenes que ocultan millones de enfermos, otros tantos sin techo y unos más sin posibilidad de alimentarse adecuadamente. En el fingimiento de cualidades del neoliberalismo y otras corrientes políticas y filosóficas, unos cuantos hipócritas se han enriquecido, mientras que otros millones carecen de los mínimos de vida declarados en costosas reuniones mundiales. Estos hipócritas, tratan de lavar su culpas, reduciendo su responsabilidad a la primitiva ocupación de recolectores y mensajeros, llevando a grupos de explotados[3] toneladas de alimentos que a la larga, destruyen culturas, someten a los “beneficiaros” al convertirlos en limosneros de caprichosos, poderosos y destructores de idiomas, historia y valores. Defender disparates indefendibles, es ser ignorante además de hipócrita. Callar frente a estos depredadores, implica no solo cobardía, sino asimilación al hipócrita lo cual llevará a toda la raza humana, a la extinción total por la ausencia de claridad, franqueza, confianza, honestidad y dignidad


[1] La palabra proviene del latín tardío hypocrisis
[2] El verbo asociado es υποκρίνομαι (hypokrinomai), es decir, "tomo parte". Ambos derivan del verbo κρίνω, "juzgar" (»κρίση, "juicio" »κριτική [kritiki], "críticos"). El prefijo griego hipo-, que significa "debajo", y del verbo krinein, que significa "decidir".
[3] Lo mismo en Africa que en la Tarahumara

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