Nos dejó cuando más le necesitaba la humanidad. No había inventado la relatividad pero sí una manera de ser menos relativamente desgraciados. Con su físico de perdedor a perpetuidad (y Hemingway ni se enteró) y un lenguaje esotérico que hacía saltar las lágrimas de los menos afectos a su régimen de risas, "Cantinflas", el mexicano universal, podría haber cumplido este viernes cien años. Pero ahí está el detalle. Hizo mutis por el foro y el cine perdió al genio de la gabardina invisible.
Cuando todavía no se llevaban las poses sociales, él dio vida a un personaje de "peladito" que conquistó hasta a los japoneses.
La comicidad cáustica de "Cantinflas", Mario Moreno por más señas, fue uno de esos hitos que en el cine suceden sólo de muy tarde en tarde. El hecho de que se expresara en español o en algo parecido al españolaztecanosubversivo frenó su universalidad. Aunque quien haya visto "Ahí está el detalle" y otras de sus genialidades como "Yo Colón" no puede decir fríamente que sus monólogos eran académicos o le recordaban al Quijote.
"Cantinflas", que hoy podría andar emparejado a todos los cabreados del mundo cuyas broncan estallan en Madrid, Londres o París, fue alguien único, irrepetible.
Era mexicano pero lo cierto es que el cine mexicano que se empezó a vender en Europa justo cuando iba a estallar la II Guerra Mundial (1939-1945) nada tenía que ver con la desesperación de su angustiosa expresión de vivir. Nada que ver con el disparate perpetuo que arrastraba con su bigotillo en el que quizá ya asomaban los de personajes de industrias cárnicas europeas como Adolfo Hitler y Francisco Franco, dos patanes del horror.
En 1939, el primer Festival de Cine de Cannes premiaba un ejemplo rotundo de cine costumbrista mexicano "María Candelaria" (Xochimilco), que dirigió Emilio Fernández con una pareja de embiste mundial, Dolores del Río y Pedro Armendáriz. Aquello debería haber supuesto la invasión de Europa por el cine de aquel país de largos sueños sin conquistadores, pero como por aquel entonces Hitler no había entendido todavía que el cine podía ser una poderosa arma propagandística y que tampoco tenía aún musa cinematográfica que le frenara, el hombre interrumpió la recién nacida fiesta cinematográfica y México lindo cayó en el olvidó en manos del horror de un cataclismo mundial.
Luis Buñuel, que fue tan mexicano como francés y español, renovó hacia 1950 el visado internacional del México con "Los olvidados", uno de los más bellos logros del cine mundial en el que "Cantinflas" podía haber asomado sus insolentes ojos perdidos de mírameperonometoques.
Corrían vientos internacionales sobre la producción cinematográfica en los años ochenta cuando pude descubrir, gracias al productor de cine mexicano Carlos Amador, que México tenía todo lo necesario para ser un emporio mundial cinematográfico.
En México DF, los productores mexicanos realizaban en junio de 1984 una especie de multitudinaria asamblea en uno de los platós gigantescos de los estudios de Churubusco, donde se había rodado alguna barbaridad de un hollywoodense Conan. Entendí por qué mi amigo quería que yo viese aquello. El cine mexicano no era solamente talento sino igualmente un pedazo de industria a la que Hollywood ya empezaba a hacerle caso.
Vinieron las lluvias de las sucesivas crisis. El dólar se encareció, el resto del mundo se empobreció y el cine pasó a un segundo plano mientras en un very close up leoniano aparecían los especuladores que hasta el año de gracia de 2011 son los auténticos protagonistas de la película que seguimos padeciendo.
Mientras María Félix, tan millonaria como altiva equívoca, se movía por el Bosque de Bolonia de París con esa gracia un poco desconcertante de su feminidad mexicana, Mario Moreno "Cantinflas" seguía haciendo de las suyas.
Y se convertía en el emperador del mambo del humor sarcástico y humanista. Fue mucho mejor que Charlie Chaplin, que podía ser siniestro cuando se lo proponía y se lo proponía bastante y que siempre jugó con el oportunismo sentimental. "Cantinflas" era pura vivencia, realidad, tragedia callejera. Le daba bofetadas a la miseria para que se despabilara. Su comicidad, su manera de decirnos que somos unos pendejos malditos podía con Chaplin y también con los hermanos Marx, que nos dejaron un montón de frases brillantes.
Pero no, miren ustedes, "Cantinflas" no sabía hablar. No estaba para frases finas pensadas para salones huecos de inteligencia y repletos de egocentrismo. El, "Cantinflas", ya lo habrán entendido, no era un actor fino de champaña francés. Como más podía darle al tequila. Y no hablaba. Escupía. Nos escupía nuestra estupidez, a ver si de una vez nos la tragábamos y aprendíamos algo, carajo.
(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Acaba de publicar "Lula y otros gladiadores" (www.publibook.com).
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