Violeta Rodríguez / Vanguardia
Sabinas, Coahuila. Ramona López Escalante no pudo dormir, dio vueltas en la cama; a ratos pegó los ojos y soñaba que regresaba en pie su Ángel.
El mismo Ángel González Pineda, sepultado el viernes en la mina La Esmeralda, el mismo con el que tuvo dos hijos, el mismo de quien se enamoró.
La noticia que no escuchó
Ayer todo pasó muy rápido; su cuñada le avisó que “algo” había pasado en la mina, “me dijo que en el radio habían dicho algo, pero en verdad no puse el radio”, dice mortificada la señora Ramona.
“Él sí decía que había mucho gas, pero nunca pensamos que fuera a pasar algo así”, dice.
Antes de irse a la mina La Esmeralda, doña Ramona pasó a la escuela para llevarle el lonche a su hija de 10 años; aún confiaba en que su esposo saldría vivo.
“Yo le dije a la niña: voy a la mina donde trabaja tu papi, para ver qué pasó, porque ocurrió un accidente, ella ya sospechaba”, relata.
La señora Ramona se fue a la mina La Esmeralda, los guardias le dejaron entrar. Esperó cinco horas; se jaló la blusa y limpió su frente con una pequeña toalla.
La viuda recordó que su esposo se había salvado de Pasta de Conchos, “esque fue de primera para ya no ir en la noche y por eso mi amor se salvó. En esta ocasión no”, dice.
Ángel a veces sacaba 500 ó 600 pesos por semana; a sus 36 años llevaba el sustento para sus hijos, sobre todo para el mayor que tiene problemas de lenguaje.
Confiesa que su esposo tenía miedo, pero es el único trabajo que hay, “ya se había impuesto él a la mina”.
“Pensé que si lo sacaban con vida ya no lo iba a dejar que se metiera y para andar arriesgando su vida, pues no”. Pero Ramona esperó en vano, por la noche le entregaron el cuerpo de su esposo.
En las capillas de velación Martínez en la ciudad de Nueva Rosita, Coahuila, las vecinas ayudan a la hija de Ángel para que vea su cuerpo por última vez. Ella mira el rostro de su padre, toca el vidrio y su gesto lo dice todo.
“Yo lo esperaba todavía con vida”, insiste Ramona.
No hay palabras
Hace dos años y medio Guadalupe Ovalle conoció a Mario Alberto Flores Martínez, “estábamos juntados”, habían hecho un hogar y ahora sólo le queda la tristeza.
Ella no para de llorar, usa lentes oscuros y el papel para secarse las lágrimas se le hace bolitas entre las manos.
“Era una persona muy buena, la última vez nos despedimos como siempre y le dijimos que Dios lo cuidara y ya no volví a verlo”, recuerda.
Ayer enterraron a Mario a las siete de la tarde, Guadalupe no puede hablar, algo se le atora en la garganta y prefiere seguir junto al ataúd.
Palaú
Jesús Tobías Hernández y Miguel Hernández Martínez fueron velados en una modesta funeraria en Palaú, municipio de Múzquiz en Coahuila.
A una cuadra del Monumento al Minero, las familias no encuentran consuelo, “qué se dice en estos casos”, reclama con justicia la viuda de Jesús Tobías, prefiere no decir más y se refugia con las otras mujeres que la consuelan.
Se respira el dolor, la familia de Miguel Hernández mira al vacío, dicen que su viuda no aguantó y se la llevaron. Se echan aire con lo pueden y se limpian las lágrimas con la ropa.
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