BLOG DE ANÁLISIS Y PERIODISMO PROPOSITIVO

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domingo, 15 de enero de 2012

Nuestro Congreso

 Carlos Manuel Valdés Apenas el tiempo, que es un elemento del que no tenemos plena comprensión y ningún dominio, arrastró consigo a la Cámara (¿o camarilla?) de Diputados que se fueron ¡bendito tiempo!, el 31 de diciembre. El primero de enero ingresó en el recinto vacío (vacío de todo, menos de cinismo) una nueva e impúdica Legislatura. 
 ¡Suerte que los anteriores cambiaron la ley y determinaron la disminución del número de diputados!, suerte, porque no sólo no necesitamos tantos sino que en la realidad de las cosas no necesitaríamos a ninguno. Claro, me refiero a este tipo de diputados porque si fueran buenos, si representaran al pueblo, serían su mejor aliado. Pero no, ellos están ahí al servicio del poder al que deberían controlar: el Ejecutivo. 
 Recordemos que a todos y cada uno de los actuales diputados los eligió Humberto Moreira: a los 16 del PRI, a los 3 del Partido Primero Coahuila formado por Moreira, al del Verde Ecologista y, quizás, al del Panal. Es una Cámara del Ejecutivo y, sin la menor duda, a su servicio. La anterior legislatura trabajaba para él y ésta también lo hará. De ahí que no haga falta una Cámara de Diputados puesto que todo lo que el Ejecutivo diga, o sugiera, se hará obsequiosamente. 
 Mal empezaron y, por consecuencia, mal acabarán, eso nadie que tenga algo en el cerebro lo negaría. Un ejemplo simplísimo: ¿por qué un diputado plurinominal, Eliseo Mendoza Berrueto, que no obtuvo ni un solo voto, ahora es el líder del Congreso? Dije que no tuvo ni un voto; perdón, me equivoqué, tuvo uno, el de Humberto Moreira. 
 Pero hay otra pregunta más simple: ¿quién decidió que él fuese el pastor del rebaño?, también Moreira. Así que tenemos en los hechos, a un Congreso sin autonomía. El 96% debe su chamba al Ejecutivo (anterior). ¿Podría asimilarse este hecho a un “golpe de Estado”?, por supuesto que sí pues al suplantar a uno de los tres poderes no sobrevive el equilibrio que nuestros antepasados idearon o adoptaron para asegurar un buen gobierno y evitar los abusos de alguno de los poderes. Y no me pregunto por el Poder Judicial porque podría ser peligroso. 
 En los años 1922 a 1924 hubo en Coahuila un enfrentamiento entre los diputados impuestos por el Gobernador y los que se llamaron a sí mismos “independientes”. Como el número de unos y otormación marginal, colateral, secundaria que los futuros historiadores no tendrán demasiadas dificultades para interpretar lo sucedido. 
 De la actual Legislatura tal vez tampoco. Sin embargo no es ni debe ser un consuelo para nosotros el adelantar los trabajos de futurosto al Senado. 
 La solución del Gobernador Arnulfo González fue de lo más práctica: metió a la cárcel a los independientes. Éstos, orgullosamente, sesionaron cautivos y desconocieron al poder ejecutivo. Quedaba un Estado sin dos poderes, ¡qué prodigio! El periódico El Universal publicó a ocho columnas que en Coahuila el Gobernador había consumado un golpe de Estado. Maravilloso,   ¿no? (Conrado Charles Medina documentó dicho caso en un buen libro). 
 La manera en que se conformó el presente Congreso permanece en las tinieblas; no hay ni habrá información fidedigna pero tenemos otras formas de evidencia. Los historiadores sabemos que no se debe confiar en lo que dicen los documentos, aunque se trate de manuscritos del Siglo 16.
 Entonces enfrentamos los hechos analizando no sólo lo que dice el escrito o lo que opinaron los que lo dejaron plasmado en el documento sino también las ausencias, las huellas y, ¿por qué no?, las cenizas cuando quemaron los testimonios. Aquí, en lo que se refiere al anterior Congreso hay tanta información marginal, colateral, secundaria que los futuros historiadores no tendrán demasiadas dificultades para interpretar lo sucedido. 
 De la actual Legislatura tal vez tampoco. Sin embargo no es ni debe ser un consuelo para nosotros el adelantar los trabajos de futuros investigadores. De ahí que el rechazo del grupo de indignados, los jóvenes, y el padre “Chofo” en medio de ellos, sea ya una interpretación. Todo indica que ni falta les hicieron los hermeneutas para poder descifrar lo que todos estamos comprendiendo (ermeneuein, en griego, significa comprender; los indignados comprendieron).

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