sábado, 1 de mayo de 2010
EL CURA HIDALGO: DE COAHUILA A CHIHUAHUA
Hidalgo: excomulgado y fusilado en Chihuahua
Por ENRIQUE ESTRADA BARRERA, Premio México de Periodismo y cronista Nacional, año 2000.
Las Infamias de Acatita de Baján, Coahuila
En Zacatecas, lo acusaron de perder las últimas batallas; obligándolo a desertar como Generalísimo; en Saltillo, renunció irrevocablemente como Jefe del Ejército Insurgente y días después, es capturado.
MEXICALI, B.C.- Con emoción rediviva, plasmo al presente lo que escribí hace 42 años, en un hermoso documento, realizado en Acatita de Baján, Coahuila, hasta donde llegué después de muchas peripecias, para realizar un reportaje que publicó El Sol del Norte, de Saltillo, Coahuila y que la entonces Cadena García Valseca, republicó para todos los diarios que tenía en el país, dos días después en 46 periódicos.
Redivivo, porque traigo al presente el ayer inolvidable; porque resucito un acontecer que no deberíamos olvidar nunca, ya que plasmado en letras, nos trae los recuerdos de los hombres que jugaron su vida por darnos libertad, pero, donde queda también plasmado, que sufrieron los ataques, infortunios y violencia de sus mismos compañeros.
Miguel Hidalgo, como muchos héroes mexicanos, también sufrieron el abandono y lo más grave la traición, cuando su lucha era lo más decente y necesaria para el pueblo mexicano. Por eso recuerdo ese ayer, publicado el 15 de abril de 1965 en Coahuila y dos días después en toda la República.
Hidalgo, despojado del cargo de Generalísimo
El 6 de marzo de 1811 en la madrugada llegó a Saltillo, Coahuila don Miguel Hidalgo y Costilla, después de haber salido desde Zacatecas, acompañado de Fray Gregorio de la Concepción, hospedándose en la casa que fuera de don Manuel Royuela, ubicada hoy en el cruce de Hidalgo y Aldama.
La entonces villa de Saltillo, contaba con 8 mil habitantes y se reconocían los hechos de Hidalgo, por un informe que el 26 de septiembre de 1810, había recibido el entonces Gobernador de Coahuila, don Antonio Cordero.
El Cura de Dolores, dos días después de haber llegado a Saltillo, presentó su renuncia irrevocable como Jefe del Ejército Insurgente, jefatura de la cual se le había despojado injustamente en la Hacienda de Pabellón, Aguascalientes, donde Allende y los demás jefes atribuyeron las últimas derrotas sufridas a la mala dirección de Hidalgo, obligándolo a renunciar al cargo de Generalísimo. Hidalgo se sometió ante el acoso de sus compañeros, pero al llegar a Saltillo presentó su renuncia, misma que le fue aceptada en una asamblea de jefes militares nombrándose en su lugar a don Ignacio Allende y como Capitán General de las Armas Americanas a don Mariano Jiménez.
En una junta celebrada en Saltillo el 16 de marzo entre los insurgentes se acordó dejar en la plaza a don Ignacio López Rayón, con 2,500 hombres y 22 cañones, en tanto que los principales caudillos, se aprestaban a salir a Estados Unidos.
“El Indulto, no es para defensores de la Patria…”
En Saltillo ocurrió un hecho notable: Don José de la Cruz, Comandante General de la Nueva Galicia a nombre del Virrey, envió a los caudillos a Saltillo, un ofrecimiento de indulto si abandonaban las armas, al cual contestó Hidalgo en uno de los párrafos de su carta respuesta: “El indulto, señor Excelentísimo, es para los criminales, no para los defensores de la Patria, y menos para los que son superiores en fuerzas. No se deje vuestra Excelencia alucinar de las efímeras glorias de Calleja; éstos son unos relámpagos que más ciegan que iluminan”.
Posteriormente se hicieron los preparativos para abandonar Saltillo y el Cura de Dolores, aprovechó para despedirse de muchos soldados que se quedaban hablándoles, (según versión de Pedro García): “Hemos perdido grandes recursos, adquiridos con tanto afán y constancia, y con todo, no hemos perdido en fin sino un poco de tiempo que sabremos reparar”.
Don Miguel Hidalgo y Costilla, daba a entender claramente que regresaría para aniquilar totalmente a los españoles, pero nunca avizoraba lo que les esperaba en unos dos días más de camino.
La columna de Insurgentes abandonó Saltillo, Coahuila, como se había planeado el 17 de marzo de 1811 con rumbo al norte, compuesta de 1,500 hombres y dotada de 24 cañones, con un fondo de más de medio millón de pesos.
Ese mismo día se daban en Monclova, Coahuila, los primeros pasos para la captura de los héroes, y así partía de Monclova, hacía Acatita de Baján, una tropa dirigida por Ignacio Elizondo, José Rábago, Tomás Flores, Diego Montemayor, José María González, Nicolás Elizondo, Antonio Griego, Antonio Rivas, Rafael del Valle y José María Uranga. La salida de Monclova la hicieron el 19 de marzo por la mañana, pasando la noche en Castaños y el día 20 se dirigieron a Acatita, para esperar el paso de los Insurgentes.
Mientras ello acontecía, Hidalgo y sus gentes habían pernoctado en la Hacienda de Santa María; pasaron el día 18 por la Cuesta del Cabrito y por Mesillas, hasta llegar a la Hacienda de Anaelo, como parte de la segunda jornada. El día 19 llegaron a La Joya, a escasos 24 kilómetros de Acatita y ahí las huestes hicieron campamento y se dio un descanso de un día, hasta que se reunieron los que venían atrasados en la marcha.
Ese día, un espía de Elizondo de nombre Pedro Bernal, se presentó ante Mariano Jiménez, informándole que los esperaban en Acatita de Baján y en Monclova, con arcos de triunfo para darles la bienvenida. Luego regresó con Elizondo y le mencionó que en las tropas insurgentes no había muestras de sospecha; esto ocurrió el día 20 de marzo, o sea, un día antes de la captura de los caudillos.
El día 21 de marzo de 1811, la columna Insurgente continuó su marcha a muy temprana hora. Era un domingo, igual a aquel del 16 de septiembre de 1810, en que Miguel Hidalgo, dio el Grito de Independencia en su pueblo de Dolores, Guanajuato.
La captura de los Insurgentes
En “Hidalgo, Antorcha de la Libertad”, Manuel Sánchez Jiménez, manifiesta: “A Don Ignacio Allende le corresponde una gran responsabilidad por el olvido absoluto de las normas de costumbre en la guerra” y lo enjuicia, como lo hizo cuando obligó a que Hidalgo dejara el mando de Generalísimo en Pabellón, Aguascalientes, porque “no envió a ninguna de sus gentes a reconocer el camino, por donde más tarde habría de pasar su tropa”.
A corta distancia de donde punteaba la marcha, esperaba Elizondo con su tropa, como dispuesto a rendir honores a los caudillos insurgentes, ya que había ordenado a sus hombres formar una valla al lado oriental del camino, de manera que quedaran en situación estratégica, obligando a los Insurgentes a pasar entre ellos y las lomas.
El primero en caer fue Fray Gregorio de la Concepción, después el primer coche en el que viajaban Fray Pedro Bustamante y cuatro personas más; luego un oficial de apellido González, juntamente con sus hombres. El oficial murió al querer iniciar la defensa; siguieron otros dos carros con familias y religiosos que fueron aprehendidos y atados sin dificultad. En el cuarto carro iba don Mariano Hidalgo, que también fue hecho prisionero.
Cuando llegó al sitio de la traición, el carro en que viajaba Allende, su hijo Indalecio, don Mariano Jiménez y Joaquín Arias y otras personas, Elizondo exigió a los viajeros la entrega de las armas, respondiendo Allende: “¡Eso no; yo no me rindo; primero morir!”, luego sacó su pistola y disparó contra Elizondo con mala puntería. La gente de Elizondo disparó matando al hijo de Allende e hiriendo a Joaquín Arias, que murió después en Monclova.
Hidalgo cae en el asalto
Seguido por una escolta de más de 40 hombres, asomó en la curva del camino el Cura de Dolores, montado en un caballo negro y al llegar a la valla siniestra, se le intimó rendición, Hidalgo quiso desenfundar su pistola, pero sus adversarios lo detuvieron. De las lomas del prendimiento llevaron a los prisioneros a Baján, ese mismo día por la tarde; Hidalgo y otros prisioneros permanecieron atados en unos cuartuchos y los demás a la intemperie. Murieron 40 insurgentes y 893 quedaron detenidos.
El día 22 de marzo fueron llevados a Monclova, llegando al Callejón de Los Nogales (hoy Abasolo), donde Hidalgo fue atado en un frondoso nogal, frente a la fragua “Tio Diego” de Marcos Marchant, quien les hizo grillos a todos los detenidos, alojándolos en el Cuartel, en la Capilla de la Purísima y en el Hospital.
El día 26 de marzo, fueron enviados a Durango y Chihuahua un grupo encabezado por Hidalgo, Allende, Aldama, Abasolo y muchos más vigilados por una tropa encabezada por Manuel María Sauceda.
Al llegar a Chihuahua, Hidalgo fue recluido en el cubo de la iglesia del ex colegio de los Jesuitas, donde inició su proceso, reconociendo siempre en el derecho que todo ciudadano tiene cuando cree que la patria está en riesgo de perderse.
En contra de él intervino también la Inquisición y el licenciado Rafael Bracho en su carácter de auditor, formuló el dictamen el 3 de julio, sentenciado que Hidalgo era reo de alta traición y mandante de alevosos homicidios debiendo morir por ello, previa la degradación eclesiástica. El día 29 de julio, el canónigo Fernández Valentín ejecutó la sentencia conforme a las reglas prescritas en el Pontifical Romano.
En los muros de la celda, había escrito Hidalgo dos décimas dedicadas a Melchor Guaspe, el alcaide de la prisión y a Miguel Ortega, su carcelero.
El 30 de julio de 1811, Miguel Hidalgo y Costilla, con un crucifijo en sus manos, dirigió un mensaje al pelotón de fusilamiento encabezado por Pedro Armendáriz. “Aquí hijitos, mi mano os servirá de blanco”.
La primera pegaron sus balazos en el vientre, haciendo ladear a Hidalgo; una segunda fila volvió a disparar pegándole también en el vientre. Nadie se animó a dispararle al corazón o a la cabeza, hasta que Armendáriz, dispuso que dos soldados apuntaran directamente sobre el pecho. Así murió Hidalgo, un 30 de julio a las 7 de la mañana.
Su cadáver fue exhibido al público en la Plaza de San Felipe, atado a una silla; luego un indio tarahumara le cortó la cabeza y la colocó en un costal con sal. Su cuerpo fue enterrado por los padres penitenciarios de San Francisco, mientras que las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, fueron exhibidas en Chihuahua, Zacatecas, Lagos de Moreno, León, y Guadalajara, para llevarse luego a Guanajuato, exhibiéndose en los cuatro ángulos de la Alhóndiga de Granaditas, de donde las retiró el pueblo en 1821, en vísperas de consumarse la Independencia.
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Bendito el día en que Allende le quitó el mando a Hidalgo, por eso estoy orgulloso de que haya sido en Aguascalientes! Terminó asi con un sangriento e ignorante liderazgo
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