BLOG DE ANÁLISIS Y PERIODISMO PROPOSITIVO

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miércoles, 26 de mayo de 2010

RITALIN Y RIVOTRIL: LA FELICIDAD INFANTIL


Las modernas neurociencias al servicio de la farmacología para los niños.
Así me lo propusiera no podría dejar de adorar a los niños: tengo tres nietas de una año que van paseándose por la vida como quien abre ventanas para que ingrese un poco de aire fresco en habitaciones humedecidas y llenas del polvo, que riegan la rutina y el aburrimiento.
Es genial. Y sin embargo, hace unos días me descubrí aconsejándole a una muchacha recién emparejada que no tuviera hijos, que lo pensara mil veces, que no se puede seguir cometiendo injusticias para con seres que no saben a lo que vienen, porque tampoco nadie sabe a lo que vienen después de un largo umbral de malos augurios. Este diálogo con la joven surgió luego de que a mi vez yo hubiera estado escuchando en una reunión a una chica genial, dueña, directora y maestra de un kinder que conduce con amor, empatía, por eso del país y las maravillas. Alicia está bastante aterrada. En el kinder tiene una cincuentena de niños entre los dos y los cuatro años. Me asegura que más de la mitad está en tratamiento con Ritalin, el famoso metilfenidato que psiquiatras y neurólogos recetan como quien vende lentejitas de D’Onofrio, para controlar el trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH). Todas las que escucho salir de los labios de Alicia son palabras nuevas para mí, sobre todo la alta proporción de niños signados por esas palabras, que bien no suenan, seamos sinceros.

Alice in Worderland
Le pregunto a Alicia de dónde sale ese trastorno, en qué consiste y qué peligros comporta para el niño y la familia. Cuidando cada una de sus frases intenta responderme: el TDAH califica a los niños inquietos, traviesos, juguetones que se rehúsan a pasar una hora entera frente a un computador en clase de computación (¡a los cuatro años!).
“Hay casos extremos, es cierto, ingobernables, pero no son la mitad de los niños de Lima”, sentencia Alicia. Los peligros, continua, no son para el niño, son para los padres. Resulta que si los chicos no empiezan a rendir como grandes, con estándares de atención, comprensión y desempeño correspondientes a muchachos con el doble de edad, por lo menos , papá y mamá ven allí esfumarse la posibilidad de que ingresen al mejor colegio de la ciudad donde les enseñan a ser unos ganadores, donde se relacionan con los vástagos de lo mejorcito, donde no hay distingo con estar viviendo en Florida, salvo la garúa y un par de lisuras peruanas que sueltan por ahí los jardineros. Entonces, Ritalin.


Another Brick...
Con Ritalin el chico está sedado, tranquilo, aparentemente atiende, no hace bulla, no se mueve. Otro ladrillo en la pared, cantaba Pink Floyd. Pero Alicia va más allá: las maestras de los nidos también están felices con el medicamento porque así el establecimiento puede recibir mayor cantidad de matriculados ya que cuando están dopados resultan más manejables.
Quedo helado al escuchar a Alicia y le hago la estúpida pregunta “¿Y nadie hace nada para aclarar y combatir esto?”. La respuesta es que el mundo hay un intenso debate respecto al soporte ético de estos diagnósticos y, sobre todo, de estas prescripciones farmacológicas tan ligeras. La subversiva antipsiquiatría en los Estados Unidos se toca con la conservadora Cienciología en eso de cuidar un poco más la salud de los niños, separándolos de la neurosis exitista de sus padres.
En el mundo, pero no en el Perú. “Tengo una niña que me parte el alma”, me cuenta Alicia mientras cierra su cartera pues debe partir. “A los tres años ya está tomando Rivotril porque según su mamá, no puede dormir bien”. Le confieso que estoy espantado, sonríe cansada y me retruca: “la próxima vez te puedo contar de los casos de anorexia infantil. Mamás que ven a sus niñitas como unas cerdas sin futuro de pasarela y les inyectan un mensaje letal de que comer hace daño, vieras las loncheras: galletas de agua, un tomate, una botella de Evian”. No tengas hijos, muchacha, o antes aprende a vivir.

Fuente: Rafo-León, Somos No. 1164.

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