Editorialista invitado: Alejandro Gertz Manero
Se le atribuye al general Obregón una frase verdaderamente genial que decía que: “en política no hay más que una gran pendejada, las demás son pura consecuencia”, y si la autoría de ese mito genial fuera verdaderamente del general Obregón, él lo pudo constatar cuando se le quiso poner al brinco frente a las petroleras norteamericanas e inglesas al pretender quitarles sus sacrosantos derechos sobre el petróleo mexicano, lo cual se reflejó en la brutal revolución delahuertista que empezó a favorecer al propio Obregón en cuanto firmó los famosos Tratados de Bucareli, reconociéndole a dichas empresas sus derechos inalienables a despojar de los recursos petroleros a nuestro país; y a partir de ese momento el feroz general Obregón se dio a la satisfactoria y sensual tarea de matar a cuanto general opositor se le paró por enfrente, o cuando menos pensó que podía estorbarle en su compulsión incontenible por el poder, que finalmente le llevó a la muerte, la cual fue inspirada por el nuevo jefe máximo, que posteriormente cometió la pendejada de no entender que las petroleras ya no eran de la gracia del gobierno norteamericano, lo cual le costó que su incondicional Lázaro Cárdenas se le rebelara, lo aniquilara políticamente y lo expulsara del país.
De esas pendejadas está llena nuestra historia patria, y como otro ejemplo podemos señalar el “cuatro” que le pusieron sus contrincantes políticos a Díaz Ordaz, llevándolo a su némesis frente al movimiento del 68, en que su cerrazón y autoritarismo ciegos rompieron un idilio de 40 años entre la sociedad y el poder público cleptómano, pero paternalista; para que después, en los dos siguientes regímenes de Echeverría y López Portillo se cometiera la inmensa estupidez de endeudar al país brutalmente, en razón de las líneas de crédito desmesuradas que los petroleros les abrieron a ambos a través de la banca internacional, pasando la deuda externa de 7 mil a más de 300 mil millones de dólares, y el peso de 12.50 a 13 mil por uno al día de hoy.
Si esas barbaridades no fueran suficientes, la locura cleptómana y vendepatrias de la supuesta globalización y de la modernidad, llevaron al país a desmantelar su planta productiva y comercializadora que le había costado más de 50 años construir, para convertir a México, que no existía para el comercio exterior de Estados Unidos, en su segundo o tercer cliente comercial, rompiendo al mismo tiempo los índices históricos de crecimiento del producto nacional bruto de 6 y 7%, para que en estos últimos 30 años no hayamos podido volver a crecer ni siquiera por encima del 2% y del índice demográfico; pero eso sí, todo se lo compramos y se lo vendemos a los Estados Unidos, que firmaron con nosotros no un tratado de libre comercio, sino de libre despojo que ahora exhibe como su fruto más preciado a más de 10 millones de nuestros trabajadores mexicanos que son víctimas de un convenio que “olvidó” que había seres humanos en nuestro país.
La estúpida corrupción ancestral y el doble juego del gobierno como dueño del monopolio de la justicia y de la injusticia, de la seguridad y de la inseguridad, de la corrupción y de la impunidad, nos ha llevado al fortalecimiento de un poder paralelo delictivo, cuyo frankenstein ya se devoró a sus creadores y ahora aniquila a la población mediante el incremento desmesurado de los índices delincuenciales, de la violencia más brutal de que se tenga noticia y del amago a toda la vida comunitaria mediante extorsiones, secuestros y el dominio de la delincuencia sobre la vida económica en todo el país, sin que nadie desde el poder público atine a encontrar una solución mínimamente razonable a sus propios desatinos.
Como podemos observar, si el general Obregón acuñó la frase de referencia, tenía toda la razón, y si no fue el, cualquiera al que se le hubiera ocurrido ese frondoso pensamiento, debemos reconocerle su perspicacia y su malicia.
Ahora la pregunta sería si los mexicanos, que somos tan hábiles para hacer frases y ser burlones, dominando con maestría el arte de “hacernos pendejos”, tendremos la capacidad también de ser autocríticos y medianamente inteligentes para entender el daño catastrófico en el que estamos inmersos y la necesidad de recuperar un mínimo de congruencia y de patriotismo, antes de que nuestros próceres acaben de liquidarnos.
El autor es doctor en Derecho por la UNAM. Se ha desempeñado como abogado litigante y como empresario en la industria editorial y en el sector comercial.
En el sector público ha sido además secretario general del INAH, fundador y director general del Instituto de la PGR, procurador general federal de la Defensa del Trabajo, secretario de Seguridad Pública del Gobierno del DF y secretario de Seguridad Pública federal.
En su vida académica ha ejercido la docencia en la UNAM, en el INAH, en el ITAM, en la Universidad Anáhuac, y es rector de la Universidad de las Américas A.C.
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