sábado, 17 de septiembre de 2011
DEL GRITO DE DOLORES AL GRITO DE INDIGNACIÓN
No quiero pasar por aguafiestas, pero coincido plenamente con un comunicado emitido por la Conferencia del Episcopado Mexicano con motivo de las fiestas patrias y espero que usted lo medite y no deje pasar por alto la oportunidad de tomar postura y actuar.
El fervor y la alegría que los mexicanos de adentro y allende las fronteras manifestamos en el mes de septiembre, con ocasión de la celebración de las fiestas patrias, es un motivo más para comprometernos en el fortalecimiento de nuestro país, sobre todo en estos momentos complicados de nuestra historia.
Sin embargo del folklore y de los colores tenemos que pasar a un compromiso sincero para colaborar en la construcción de un país que nos necesita para erradicar el flagelo de la pobreza, para combatir la corrupción que galopa como un fantasma y para superar la inseguridad que nos arrebata el derecho de una vida digna.
De la celebración del grito de Dolores tenemos que pasar a exclamar nuestra indignación ante los hechos de violencia que laceran la vida de los mexicanos y erosionan la convivencia social, negándonos la posibilidad de vivir en paz y de reconocernos como hermanos que trabajan en la edificación de una casa común.
Por eso, hace falta levantar la voz y exigir a las autoridades que cumplan con el mandato del pueblo y se apliquen, en sus respectivos niveles de gobierno, para hacer de México un país donde todas las personas y cada una de las familias recuperen la legítima aspiración de alcanzar una vida digna y donde podamos vivir en paz.
De manera particular, apelamos al espíritu patrio, así como al sentido de honestidad y de justicia de todos los partidos políticos. Desde la pluralidad política -que es una fortaleza para nuestro país- se espera que verdaderamente trabajen en la misma dirección y se coordinen de tal manera que su labor represente una esperanza para el pueblo.
El mayor desgaste lo esperamos no en las luchas intestinas, ni en la exhibición de sus ambiciones, sino en el debate y la confrontación de las mejores propuestas que ayuden a salir a nuestro país de la crisis en la que nos encontramos. Estamos viviendo una situación de emergencia en varios rubros, por lo que no se puede hacer política simplemente pensando en intereses particulares u obsesionándose en la sucesión presidencial.
La justicia hacia las víctimas de la violencia no se cumplirá solamente con la detención y procesamiento de los culpables, sino también con la renovación de los partidos políticos y de la clase gobernante. Ante este ambiente de descomposición social sería realmente lamentable seguir favoreciendo una política que no considere las secuelas y la desesperanza que ha quedado en tantos hermanos golpeados por la ola de violencia.
Así como es necesario levantar la voz para exigir resultados a nuestras autoridades, también hace falta que todos los ciudadanos, los distintos actores de la sociedad y especialmente las Iglesias nos comprometamos a trabajar en la misma dirección. En este sentido los cristianos tenemos bien presente que el reino de Dios no sólo viene desde el cielo, sino que nosotros tenemos que construirlo y hacerlo realidad en nuestras vidas.
Los cristianos vemos la historia con ojos de fe y por eso nos mantenemos firmes en la virtud de la esperanza, sabiendo que la historia la dirige el Señor y nunca nos ha dejado solos, ni nos dejará sin su apoyo en estos momentos delicados de nuestra historia como nación. Nuestro pueblo ve con profunda preocupación todo lo que está pasando en nuestras ciudades y pueblos, pero se aferra a su fe y esperanza en Dios, teniendo la firme convicción de que Él actuará a nuestro favor, iluminará a las autoridades y fortalecerá el corazón de todos para inclinarnos por el bien, la paz y la justicia.
Con estas claves hace falta vivir el mes de la patria para que septiembre represente una esperanza de renovación en todas las autoridades de gobierno, en las instituciones y en los ciudadanos que formamos parte de esta hermosa nación de Santa María de Guadalupe.
En este mes también recordaremos la destrucción que dejó a su paso el huracán Karl, el año pasado, en varios municipios veracruzanos. A un año de distancia del paso de este meteoro recordaremos la manera como se mostró el alma buena de los veracruzanos que de muchas formas se hicieron presentes en la emergencia. Seguramente habrá muchas cosas pendientes y las autoridades tendrán que seguir revisando lo que no se ha cumplido. Pero de parte de la sociedad se mostró esa alma buena que hay que volver a rescatar ante este otro huracán que nos está llevando a vivir en la postración.
Elevemos, pues, fervientemente nuestras oraciones por nuestro país, por la gestión del Presidente de la República, por el Gobernador del Estado, por los Parlamentarios, por los que imparten la justicia, por los Alcaldes y por cada una de las autoridades para que el Señor los renueve y les permita expresar su pasión por México en cada uno de sus trabajos.
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