viernes, 6 de agosto de 2010
LA LEGALIZACIÓN DE LAS DROGAS
UNA VISIÓN LATINOAMERICANA
Por Elías Neuman
La indefinición de las posturas intermedias Cuando se habla de legalización de las drogas ilícitas y su consecuente parificación con las lícitas mediante la despenalización, surgen posturas intermedias que no siempre se presentan como tales. No tienen ánimo de dar pasos más importantes o están políticamente atadas o condicionadas. Sirven, eso sí, para ejemplificar científicamente determinados aspectos y los resultados obtenidos.
La legalización o legitimación de las drogas, como propuesta alternativa puede ser:
a. Total, cuando implica la descriminación y despenalización de todos los delitos atribuidos a las drogas sintéticas y vegetales, a partir del respeto irrestricto a la libertad que ejerce el consumidor en su pensamiento, modo de sentir y con su cuerpo; o bien, b. Parcial o Intermedia, cuando se trata de la desincriminación del tenedor y el consumidor o de la permisibilidad con respecto a determinada droga de menor riesgo (marihuana) en ciertos países y en determinadas circunstancias.
Cabría mencionar que la separación de las drogas en duras o peligrosas y blandas recuerda al criterio médico que sirvió para demonizar y así mantener el prohibicionismo.
En opinión de Berinstain, resultaría oportuno "programar una cada día mayor desincriminación o, si se quiere, mayor legalización. Esa paulatina o creciente legalización-descriminación se deberá ir ampliando a la vista de los resultados que ofrece y apoyándose en las parciales conquistas que logra". Señala que debe atenderse sin prisa y sin pausa a la legalización de las drogas pero que, mientras ello ocurra como meta a largo plazo, "... no debe obnubilar las mentes de manera que se desatienda el gravísimo problema actual (y en un mañana próximo) de una política criminal-social que también incluye las sanciones penales, cada vez menos severas, en un contexto cívico cada vez menos opresor del hombre".
La desincriminación del poseedor y del consumidor El afán desincriminatorio llevó a la figura del adicto como enfermo sin eximirlo del control social, porque era y es desde una ley penal que se decreta tal enfermedad, el tratamiento y un juez de ese fuero quien lo ordena. De ahí que los partidarios de la exención penal indican la eliminación de toda medida coacta y reclaman el democrático respeto a la soberanía del individuo tanto en su cuerpo como en su mente.
Despenalizar al adicto y penalizar el tráfico y todo el cortejo que inviste es, a estas alturas, ingenuo. El tráfico está instalado para tentar al consumidor hacia pautas degradadas y usos diversificados y la mixtura de actores es tal que los efectos secundarios de asocialidad con respecto al consumidor, seguirán persiguiéndolo. El tráfico se valdrá siempre de artilugios para asegurar su negocio así deba sacrificar por la coerción física o moral a quien lo obstaculice. Además propone el uso de otras drogas más severas a quien debe adquirirlas en medio de un submundo de subterfugios en sitios especiales que son o se convierten en tugurios. Parece ingenuo olvidar que hoy por hoy las drogas en su más proteica variedad -pero en especial la cocaína, la heroína y los psicotrópicos- constituyen moneda corriente en el mercado capitalista del sistema de producción y consumo.
Los resultados parciales en los países que adoptaron esta postura, Inglaterra, Holanda, resultan apreciables y valientes. Valientes, porque se han lanzado a una comprobación empírica, mientras en todo el mundo se siguen difundiendo estereotipos, ya afianzados por la ética dominante, que insisten en la política prohibicionista y la guerra contra las drogas, aunque en el país de la demanda por antonomasia, Estados Unidos, el uso y portación de marihuana sólo es punible en 13 Estados.
Selectividad de las drogas Otro tema irredimible lo configura la selectividad de las drogas.
¿Qué es lo que se permite y qué no a partir del criterio médico y legal? Esta circunstancia trae aparejado un cuestionario inquietante: ¿Por qué existen drogas que pueden circular lícita y libremente y otras no? ¿Quién, ante quién y por qué decide qué drogas se pueden tomar? ¿Por qué entre las que causan más daño demostrable no figuran el alcohol y el tabaco? ¿Cuáles son las drogas y de qué modo y por qué constituyen un peligro para cada habitante de la tierra en abstracto, para cada estadounidense en concreto y para Estados Unidos como nación? Es probable que la palabra droga tenga sentido desde la ciencia pero pocas palabras como ella forman parte, en la actualidad, del vocabulario de los políticos. Por eso no puede hablarse de una droga "neutra", está teñida del color de intereses cada vez más tangibles.
Al establecerse el prohibicionismo, una enorme cantidad de consumidores fueron decretados, instantáneamente, como delincuentes, lo que derivó en dos consecuencias diversas y de gran significado. Buena parte se pasó a las drogas permitidas que producía similares efectos, aunque algunas eran desproporcionadamente superiores. La segunda consecuencia fue que la elección selectiva dejó a un lado una droga tan adictiva como el alcohol, capaz de llevar a la cirrosis hepática o al delírium trémens, como efectos primarios de su abuso. El cuerpo lo requiere como al sodio o el potasio y su carencia provoca el síndrome de abstinencia en que el consumidor puede por desesperación llegar a extremos delictivos serios.
El adicto queda decididamente atrapado y la droga constituye la base de su vida, lo que produce otras tristes consecuencias como la destrucción de la familia, el escaso o nulo rendimiento laboral, accidentes laborales y viales. Sin embargo, la sociedad advierte, día tras día, una abierta incentivación al consumo en los medios de difusión y de publicidad directa. Son desconocidas o escasas las campañas de deshabituación.
Lo ocurrido en Estados Unidos resulta aleccionador. Constatados los efectos dañinos que puede propiciar el alcohol en determinadas personas, su venta fue prohibida en 1919. De inmediato creció una gran industria para proveerlo. Se conseguía fácilmente mediante proveedores que se ubicaron fuera de la ley. Crecieron las organizaciones gansteriles que utilizaron parte de sus ganancias para corromper y sobornar a los controles judiciales y policiales. Se redujo a límites sorprendentes la conciencia moral de la vida pública de la nación y resultó evidente, según lo reconoció el presidente Hoover, que no se redujo el alcoholismo por lo que fue derogada la Ley Seca en 1933.
El concepto de la democracia moderna permite advertir que una ley no puede cambiar una realidad ni ser opuesta a ella. Nunca podrá la ley y su ejecución tutelar con eficacia al segmento de población para prohibir una actividad que se desea realizar con el cuerpo o la mente. Sería como, por ejemplo, deslegitimar una larga tradición de beber vino socialmente porque algunas personas beben más de lo debido...
Sin embargo, los estereotipos en boga marcan exactamente lo contrario. Consumir drogas difícilmente es justificado como un placer social legítimo o moderado. La gente siente que las drogas siempre conducen a la adicción, por lo cual hay más apoyo para la prohibición de las drogas de lo que hubo para la prohibición del alcohol.
Por la senda de esa investigación, cabría preguntar: ¿la prohibición de drogas adictivas, previene el daño tanto como para justificar el costo de esta prohibición? Nadie puede asegurar si la tasa de alcoholemia en EE.UU. ha aumentado debido a la anulación de la prohibición.
Se sabe que el consumir drogas no convierte necesariamente en adicto pese a propagandas y estereotipos en contrario. Se conoce el caso de los soldados norteamericanos en Vietnam, muchos de los cuales por miedo, aburrimiento, por añoranzas de sus familias y amigos, en medio de una población extraña cuyo idioma desconocían se dedicaron a las drogas con regularidad. Se ha dicho que esa guerra se perdió, en buena parte, por las drogas. Lo cierto es que al regresar a los Estados Unidos muy pocos continuaron utilizando marihuana o heroína. La gran mayoría abandonó sin dificultades el consumo. Es llamativo también que en los países de producción de drogas vegetales donde se supone más baratas y a la mano, no surja un consumo exorbitante y dramático.
La postura, según la cual suprimiendo la prohibición la droga se esparcirá de modo alarmante en el mundo, no deja de ser especulativa y emocional. Los ejemplos serán siempre los del alcohol y aquello que ocurre en los países de producción en los que existe el levantamiento de la interdicción de determinadas drogas.
La idea de legitimación total de las drogas debe afirmarse, a estas alturas, incluyendo y preconizando un programa preventivo honesto, con base en la promoción de la conducta para la salud.
La victimización primaria Con independencia de que se trate de una droga lícita o no, el adicto crónico y el agudo (yunkie), ocasiona una serie de patologías orgánica, psíquica y relacional y provoca un grave deterioro para su persona, su familia y la sociedad, la cual debe invertir serios esfuerzos para ayudarlo. Es imprescindible recalar en dos hechos particularmente graves. A la adicción franca hay que añadir que muchas substancias son adulteradas, a lo que se suma las consecuencias de la falta de higiene en su uso.
La comercialización ilícita no permite una verificación de la calidad del producto y de controles sanitarios. Así aumentan los riesgos de la patología y eI coste social que acarrea. Particularmente grave resulta ese descontrol cuando se refiere a la posibilidad del contagio del SIDA que se contrae por la no utilización de jeringas descartables o, lo que es lo mismo, pero invirtiendo el concepto: por la utilización de la misma jeringa que circula de vena en vena.
Estamos privados de opciones porque ha sido más importante -y la ética dominante lo confirma- el paternalismo médico y el "proteccionismo" estatal, que la disposición a obtener y utilizar las drogas según nuestro deseo y nuestra libertad. La salud no es un problema de los médicos sino de las personas. Ese proteccionismo no es nuevo en la historia. El monopolio del uso de la violencia contra el hombre ya se ejerció a través, por ejemplo, de los Autos de Fe y las persecuciones inquisitoriales. Entonces las desviaciones o herejías eran castigadas con sanciones teológicas. Hoy el uso y abuso de drogas son desviaciones a lo que la medicina considera. Se denomina drogadicción (o enfermedad mental) y es punible desde un código penal que sirve a determinadas lealtades de cada época.
Los criterios políticos sobre la selectividad, previstos por organismos internacionales y nacionales y por profesionales que ponen su solvencia científica de por medio, asumen criterios de exorcistas.
Si bien son siempre respetables los efectos primarios con respecto al consumidor, es preciso atender muy prolijamente a los efectos secundarios que involucran de otro modo al adicto, a la sociedad en sí, a una serie de convergentes actores del sistema organizativo y represivo de la droga y al Estado en cuanto a su ser soberano.
Uno de los mecanismos mejor montados por el prohibicionismo es el de retroalimentación y el modo en que se autoproduce. La función esencial de los sistemas, lo indica Baratta siguiendo a Hulsman, más allá de sus justificaciones, se halla en la función principal de su persistencia. Establecer que los sistemas autoproducen los motivos, como condiciones efectivas de la permanencia. Un péndulo maniqueo que vuelve siempre a sus principios.
El sistema llega a alertar (y a alentar) a la propia comunidad por los refuerzos de los estereotipos que se han montado para el control y la dominación cuando, adelantándose al devenir, se explican como deplorables los efectos sociales que acarrearía la legalización de las drogas. En especial la objetable idea de que la despenalización de las conductas traería de su mano un aumento dramático del uso y la dependencia. Como si la cuestión no fuera inversa, represión mediante, o lo que es considerablemente peor, que ésta debe continuar acentuada.
La legalización implica otro tipo de respuestas no penales y alienta la posibilidad de erradicar o limitar la necesidad del uso de drogas.
Sólo que no dramatiza su utilización ni supedita al individuo al cuerpo social. Trata de ayudar a quien lo necesite y lo pide. Para un sistema que se autoalimenta y tiene en miras el negocio, quienes trabajan lícitamente debido a la existencia de drogas, incluida la celebérrima D.E.A. y todos los expertos, entre millones de personas jurídicas, físicas, la legalización es un mal, pues -hay que decirlo- quedan sin trabajo. La posibilidad del control y dominación sobre las drogas pondrá siempre un freno rotundo y hostil a cualquier otra forma de regulación.
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