Esto aconteció en una catedral el domingo de la Pascua de Resurrección. El Pueblo de Dios estaba celebrando la misa. El diácono acababa de terminar de proclamar el Evangelio y le llevaba el libro al Señor Obispo para que lo besara como un signo de la Presencia Salvadora de Jesús por medio de Su Palabra y como un signo de cariño a Nuestro Señor Jesucristo.
Después de besar el libro el obispo se dirigió al ambón – que es el púlpito o atril para leer o cantar en las funciones litúrgicas – y se preparaba a dar su homilía cuando, en medio de la multitud, prácticamente en la puerta de entrada al final de la nave central de la catedral un joven gritó: “Monseñor tengo una noticia que dar”. Toda la asamblea lo miró.
Un par de los servidores, encargados de ayudar a sentar a la gente de forma ordenada en la catedral, se acercaron al joven para detenerlo pero el Obispo les dijo que lo dejaran acercarse. Cuando estaba a la mitad de la Catedral volvió a gritar “Monseñor tengo una noticia que dar”.
El Señor Obispo con mucha caridad sonrió y le hizo el ademán para que se acercara. El joven corrió hacia donde estaba el obispo. El Señor Obispo le preguntó, lo cual se escuchó claramente por el micrófono: ¿Hijo y cuál es la noticia que tienes que dar? Entonces el joven se dio la vuelta de frente a la Asamblea y gritó muy fuerte: “Jesús está vivo, la tumba está vacía”.
Muchos en la Asamblea sintieron de inmediato la presencia de la dulzura y calidez del Espíritu Santo en sus corazones y el Señor Obispo comenzó su homilía diciendo que esta actuación del joven era una “nueva expresión y un nuevo método de evangelización” y que lo habían planeado para presentar el corazón de la Celebración de la Pascua de Resurrección de una manera novedosa. Y el efecto se había logrado muy bien.
Si mis queridos lectores de esta columna, esa es la noticia fresca que tiene un eco de centurias y que es tan nueva como hace dos mil años. “Jesús está vivo y la tumba está vacía”. Ese es el corazón del mensaje cristiano de la Pascua. El mismo Jesús que nació en Belén; ese mismo que creció y vivió como “uno más” durante sus primeros 30 años de vida; es el mismo que se acercó a ser bautizado por San Juan Bautista; el que recorrió los pueblos predicando el Evangelio, sanando los enfermos y liberando a los endemoniados; es el mismo Jesús que se dejó atrapar por sus enemigos, quien se dejó juzgar injustamente y ser condenado a muerte de la forma que ajusticiaban a los peores criminales; ese es el Hijo del Padre que Resucitó venciendo a la muerte. La luz venció a la oscuridad. La Verdad venció a la mentira. El Amor venció al odio. El Perdón venció al rencor. Jesús Venció al diablo.
Quién no recuerda la escena tan bien lograda en la película La Pasión, al final cuando Jesús entrega su vida en la Cruz, como el diablo lanza alaridos de rabia por la Victoria del Nuevo Adán, de Jesús Nuestro Salvador. Con sus llagas sanó nuestras heridas del pecado. Con su Sangre nos abrió las puertas del Cielo, dándonos la oportunidad de unir nuestros corazones al suyo por el bautismo.
Quiero fijarme en dos encuentros.
El primero. Desde la Cruz Jesús decide “canonizar” al primer santo de la historia, a ese condenado a muerte quien se reconoce pecador y que arrepentido pide a Jesús estar con Él. Y su primer encuentro como Resucitado con la pecadora pública arrepentida.
Jesús en sus últimos minutos antes de morir en la Cruz y luego de Su Resurrección se las dedica a los pecadores arrepentidos. Y nos da a Nuestra Madre María, para que, como a Él, nos acompañe de cerca en nuestra peregrinación de regreso a la Casa del Padre.
La primera persona a quien se le aparece resucitado es una mujer y además pecadora pública. Las mujeres eran seres de segunda categoría en tiempos de Jesús. Ellas no eran consideradas testigos válidos en los juicios. Su palabra no tenía valor. Sin embargo, el Rey de Reyes Resucitado se le aparece a una mujer.
¿Qué nos quiere enseñar Jesús con su Amor al condenado a muerte y a la pecadora pública, el primer testigo de Su Resurrección?
El mensaje con eco para los siglos es que su corazón misericordioso ama en primer lugar a los pecadores arrepentidos. Son sus preferidos. Por ellos entregó su Vida. De esta manera todos podemos sentirnos como sus predilectos, sus preferidos, porque, si como en aquél condenado y aquella prostituta arrepentida, laten corazones generosos y agradecidos, que arrepentidos arden por entregar sus vidas a Jesús, entonces podremos, acompañados por Mamita María y de todos los medios santificadores de la Iglesia, regresar a la Casa de Nuestro Padre Misericordioso que nos esperará con un abrazo de Amor Eterno.
Disfrutemos de la fiesta de la Pascua de Resurrección que durará 50 días que, para algunos liturgistas, es como un solo día de alegría desbordante en el Espíritu Santo.
Felices Pascuas de Resurrección. “¡Resucitó! ¡Aleluya! ¡Aleluya!”
Fr. Victor Salomón, a member of the Diocesan Laborer Priests, is the Director of Hispanic Outreach for Priests for Life. He resides in Washington, DC.
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