El elefante, el asueto, las muertas quimeras
Aun no estoy curado (al paso que voy, nunca lo estaré). De pronto, todos mis años se me agolpan en la espalda y he de reconocer, que, como la múcura de aquella canción que ya nadie recuerda: "... es que no puedo con ella...". En tales casos y de acuerdo con la receta de León Felipe, poeta español residente en México: "me hago a un lado del camino/ y me jarto de dormir". ¡Eso!, ¡eso es lo que tenía yo planeado para este fin de semana!, dejar a un lado los indigeribles compromisos del fin de semana, instalarme en mi camota, leer algunos librillos que me estaban esperando, dormir como marmota catatónica y pensar de modo que el déficit creado por los políticos se vaya compensando. Éste era mi bonito y redondo plan para el fin de semana. Después, comenzaron a llegar las noticias.
Murió José Saramago, dijo por decir algo un comentarista de alguno de los insufribles partidos de futbol que actualmente nos asestan. Yo ya sabía que tenía 87 años, sabía también que vivía un tiempo idílico en compañía de una guapa moza que lo acompañaba en el bosque que les regaló la madera para que tuvieran techo y mobiliario. Sabía que originalmente era talachero en un taller automotriz y que comenzó a publicar ya entrado en años. De no ser por mi amiga María de la Paz Canales, que me ayuntó con El Memorial del Convento, quizá yo nunca habría sido lector de Saramago, pero la vida quiso que sí lo fuera y todavía hace unas semanas estaba yo engolfado en un texto breve, un divertimento de Saramago en torno al traslado de un elefante de una corte a otra. Todo esto me papaloteaba en la mente y comenzaba a tomar la forma de una columna periodística. Estaba yo en las últimas etapas de esta confección, cuando llegó la noticia de la muerte de Carlos Monsiváis. De nuevo, confusión total.
Antes de que tuviera yo diez años, ya conocía en mucho por su fama y sobre todo por su obra a Carlos Monsiváis. De lo que nunca, ni entonces ni ahora, supe mayor cosa con respecto a Monsi, fue acerca de su vida. Infinidad de ocasiones trabajamos juntos, varias veces estuvo en nuestra casa (cuando yo tenía "nuestra casa") y yo acabé haciéndome la imagen de que Monsiváis había nacido vestido de traje y con las mismas humildes prendas de siempre. Se ha hablado hasta el cansancio del universo de gatos que lo rodeaba en su intimidad. Nunca los conocí y me importan un pito. Creo que Carlos jamás, pero jamás, habló en serio. Su discurso me creó siempre la impresión de que él ya venía de regreso.
Carlos era espantadizo y no una, sino varias veces me lo tropecé en la penumbra, me miraba perplejo y me preguntaba ¿qué vamos a decir?, mientras en sus manos blandía una de esas novelas peso mosca que por demoniacas artes accedíamos a presentar. La verdad es que Carlos siempre la libraba con harta galanura y recibía felicitaciones mientras él pensaba que nunca más se metería en una de ésas.
No es materia leve ni grata meterse en los terrenos de la muerte dos días seguidos. Para mí, es una actividad detestable. Mi domingo amenazaba con ser un sollozo. Llegaron mis hijos (la ausente telefoneó) y van a decir que qué xalado, pero sobre mi frente descendió una modesta corona de luz.
¿QUÉ TAL DURMIÓ? MDCCCXXI (1821)
MONTIEL.
Cualquier correspondencia con esta columna multitonal, favor de dirigirla a dehesagerman@gmail.com
german soy lectora tuya de los mochis josefina v mota comento que estas un poco o un mucho enfermo echale ganas no te nos rajes eres el unico que me tiene informada alegre realista yme das una carcajada diariamente un abrazo martina leyva
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