BLOG DE ANÁLISIS Y PERIODISMO PROPOSITIVO

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viernes, 11 de junio de 2010

¡Ponte la corbata verde!: el Mundial y la oficina.


Blog invitado: La Lonchería. Categoría: Escritores sin pelotas.
Autor: Pablo Duarte

El Mundial inicia hoy. México contra Sudáfrica. Terminará dentro de un mes. Entre tanto, sesenta y tres partidos. Y todos ellos en estelares horarios: seis, nueve y una y media. Todos impactan, de algún modo, las horas del trabajo. Sin llegar para nada a la grosería que fue ver en vivo los partidos del Mundial de Corea y Japón, este es otro de esos eventos que obligan a una serie de negociaciones y ajustes no del todo gratos, y no del todo sencillos.

Ya se ha dicho: en la oficina dejamos por lo menos una tercera parte de nuestra vida. En cubículos pastosos, frente a monitores que no nos pertenecen y sobre teclados que acumulan caspas y migajas; ahí está nuestro legado. Somos el informe que redactamos, las copias que sacamos, el café instantáneo que bebemos para obviar el desencanto. Con la proximidad de cualquier evento deportivo, la conciencia de esta simbiosis se hace evidente. Algo está mal con nosotros cuando amanecemos envidiando la desfachatez con la que nuestros sobrinos esquivan el deber de ir a la escuela y permanecen frente al televisor toda la mañana.

Habrá lugares progresistas que sean “sensibles” a las necesidades de la raza empleada y sus pasiones. En estos, las televisiones se empotrarán entre archiveros, desplazarán a la copiadora, e hileras de sillas de rueditas harán las veces de plateas: todos juntos, por la patria. El problema con estos acomodos es que rasuran al Mundial de su vertiente más gozosa. Lo acercan, peligrosa, tristemente, a un curso de capacitación para empleados de confianza. Porque estaremos todos juntos, la sucursal completa, todos, suspirando cuando un tiro pase demasiado cerca. Y esta cercanía es de otro talante: es la cercanía de los aplausos obligados: sólo estamos así de juntos para entregar reconocimientos por años de servicio. Alguien pretenderá inciar la ola; hasta el director general se sumará. El Mundial no es para eso.

Opción noble por tajante es la que impone distancia entre el edificio mismo y sus empleados; es decir: nos juntamos todos los de almacén y vamos a ir aquí a la esquina a ver el juego. Atrás queda el área de trabajo y esa conffetti de comentarios a destiempo; uno puede ser uno mismo –tan uno mismo como se es frente a los compañeros de sección, pues. Sin embargo, por muy atractivas que resulten las botanas –o, en este caso, los paquetes de desayuno con jugo o fruta, café o té–, el deleite está contrahecho: uno no esperó cuatro años para ver futbol de gran nivel y tener que escuchar el apunte del sub gerente, el mismo sub gerente que palmea la espalda a diario al pedir los estados de cuenta.

Las rencillas evidentes, las secretas enemistades terminan por hacer del partido más vertiginoso un caldo de rencores y distracciones. Por todo lo impredecible y espontáneo que el Mundial aporta a nuestras vidas, lo dilapidamos al estar rodeados de las mismos chistes y las mismas anécdotas. Qué melancólico espectáculo, ver a los de siempre festejando el gol con los mismos gestos y exabruptos que cuando hubo aumento general retroactivo y reparto de utilidades en la misma quincena. Ya sabes que alguien intentará decir: “tirititito”, “zambombazo” y “chidongongo”. Y esperará que todos rían. Y todos reirán. El Mundial, claro, tampoco es para eso.

Quizá el más básico, el más pedestre, y por lo mismo, el menos espinoso de los acomodos sea también el más miserable: el audífono y el cubículo. Sí, sí, no hay glamour: la experiencia trunca de la radio, las exigencias técnicas de la transmisión por internet, el cubito de la televisión portátil, todas son iteraciones de la misma derrota: no soy dueño de mi tiempo, y el último permiso que pedí lo usé para ir al concierto masivo en el Zócalo. Pero aún así, hay una individualidad que se conserva a toda costa, y una coherencia dolorosa: el cubículo es casi ya nuestra recámara.

El Mundial es para verse en traje de carácter, en este caso, una bonita camisa de cuello y una corbata con el logo de la compañía ondeando como matraca al festejar ese gol que nos anularán por fuera de lugar.

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