Carlos Ruvalcaba
El Vaticano está viviendo la peor inundación de su historia. Al papa Benedicto XVI le está llegando el agua al cuello. Las aguas negras clericales ya desbordaron la fosa séptica de la Basílica de San Pedro y los pasillos de la casa pontificia. Durante décadas y tal vez siglos, esas aguas malolientes se fueron acumulando en seminarios, confesionarios y capillas ardientes, conventos y catedrales, ahogando la inocencia de monaguillos, seminaristas e hijos de creyentes.
Pero la Iglesia Católica ha desoído, especialmente tras la muerte de Juan XXIII, los rumores y quejas comprobados, sobre la violación de niños en lugares sagrados, por parte de sacerdotes, curas y obispos, religiosos y cardenales.
La pestilencia de esas aguas clericales que cruzaron silenciosamente los océanos, contaminaron la inocencia de la fe de muchos padres mexicanos, que a ciegas han creído en los dogmas de la virginidad de la virgen, de la infalibilidad del Papa y de otras muchas “mágicas” creencias, que les han permitido dejar inocentemente a sus hijos e hijas menores de edad, en las garras de los pecados mortales de los clérigos.
Para no ir lejos ni hacer interminables recuentos mundiales, de los encubrimientos de Karol Józef Wojty?a y Joseph Alois Ratzinger, a los abusos sexuales de clérigos contra menores de edad, como el ya comprobado contra 200 niños sordos en Estados Unidos, cometidos por el sacerdote Lawrence Murphy, nos basta y nos sobra en México con el campeón de campeones, “orgullosamente mexicano”, el michoacano Marcial Maciel, fundador de los Millonarios, perdón, de los Legionarios de Cristo.
Nuestro célebre michoacano, al que Juan Pablo y Benedicto pudieron haber llevado a los altares, si hubieran podido silenciar sus crímenes, no hicieron caso a cartas como la del ahora ex sacerdote Alberto Atié, quien denunció los crímenes de Maciel.
Ratzinger, ahora Benedicto XVI, respondió a esa carta diciendo que Maciel era muy amigo de Juan Pablo II y que había hecho mucho bien (léase sobornos) a la Iglesia, que por tal motivo no podía hacer nada. Como esa prueba hay muchas de encubrimiento por parte del actual pontífice, pero legalmente, tan sólo esa, es suficiente para llevar a Ratzinger a los tribunales, por encubrir a un violador de niños, ya que él era en ese tiempo el Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, que se encarga de investigar ese tipo de acusaciones.
Aunque Maciel es el más célebre de los sacerdotes violadores de nacionalidad mexicana, hay muchos otros que están prófugos. Como ejemplo está el protegido por los cardenales Norberto Rivera y Roger Mahony, quienes han tenido que enfrentar en California una demanda por encubrir al cura Nicolás Aguilar, acusado de abusar sexualmente de 86 menores. Rivera sabía de los crímenes de Aguilar y para protegerlo, lo mandó a la arquidiócesis de Los Ángeles. Hay una carta de Rivera a Mohony que ha estado en poder de un tribunal angelino, que demuestra la complicidad de Mahony, al aceptar encubrir al protegido de Rivera. Durante su estancia en la arquidiócesis de Los Ángeles, Aguilar siguió violando muchachitos y ahora está en un lugar desconocido. Habría que preguntarle a Rivera dónde se encuentra, pero las autoridades mexicanas están demasiado ocupadas en su guerra contra el narcotráfico, como para buscar a Aguilar y mucho menos, en tiempo del PAN, para iniciar otra guerra cristera contra la Iglesia, para enjuiciar al cardenal Rivera.
La mentira es uno de los más aberrantes y deformantes pecados, al menos es lo que repiten frecuentemente los clérigos en sus misas y ritos religiosos. Por eso, Rivera y el Vaticano no deben seguir mintiendo a los católicos de buena fe, diciéndoles desde los púlpitos que hay una campaña para acabar con la “Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana”. Por el contrario, los católicos pensantes, pedimos echar la vista atrás al Concilio Ecuménico Segundo de Juan XXIII y hacer reformas que actualicen las creencias de los católicos.
Los católicos de México y del mundo no debemos tolerar más la hipocresía de nuestros dirigentes en el Vaticano, comenzando por el Pontífice Benedicto XVI, quien ha dado muestras de tener una ansiosa urgencia por santificar a Juan Pablo II.
El actual papa tuvo la visión, no precisamente celestial, de prever que un día las leyes terrenales los acusarían, tanto a él como a Juan Pablo II, de ser los principales protectores de sacerdotes violadores de niños y por eso tiene tanta prisa por subirlo a los altares. Si no pudo hacerlo con Maciel, tampoco podrá con Wojty?a. Por el bien de la Iglesia Católica y de los católicos, lo mejor es que Ratzinger renuncie a su papado y que se ponga a disposición de los tribunales del César. Con pruebas tan contundentes de su complicidad, no habrá pontífices en el futuro, que se atrevan a santificarlo, como si fuera un mártir echado a los leones.
No extraña pues que católicos influyentes como los teólogos de la Asociación Española Juan XXIII, estén pidiendo la renuncia de Benedicto XVI y no sólo eso, sino también que se deroguen los decretos del Papa y de la Curia Romana, que durante décadas han impuesto silencio en los casos de abusos sexuales a menores.
Piden también que se facilite el acceso de las mujeres al sacerdocio, “para terminar por fin con siglos de injusta e injustificada discriminación de las mujeres en la Iglesia católica” y la aniquilación del celibato para los sacerdotes, “una medida disciplinaria represiva de la sexualidad que carece de todo fundamento bíblico, teológico e histórico y que no responde a exigencia pastoral alguna”.
Si Jesús amenazó con palabras severas a quienes escandalicen a los niños, resulta interesante preguntarse, ¿qué habría hecho el Mesías con Juan Pablo II y Benedicto XVI, por encubrir a sacerdotes violadores de niños, si en vida echó a latigazos de un templo a los mercaderes? Es de esperarse pues, que estando el Jesús de nuestro tiempo, encarcelado en los sagrarios de los dogmas de la fe, sea la justicia terrenal la que se encargue de llevar a los tribunales a Wojtyla y a Ratzinger y que Satanás se encargue de darles latigazos, cuando lleguen al infierno.
(Ruvalcaba es escritor y periodista con varios libros publicados. Su novela más reciente, La cita, se publicó en marzo de 2010 en México. Ha sido corresponsal en España del diario mexicano La Jornada, integrante del equipo de editores de La Opinión de Los Angeles y redactor de la cadena Telemundo en esa misma ciudad californiana).
No hay comentarios:
Publicar un comentario