Raymundo Riva Palacio
Algunos meses antes de que Marcela Gómez Zalce, en ese entonces columnista de Milenio Diario, comenzara a mencionar hace ya casi dos años en su irreverente espacio A Puerta Cerrada sobre el supuesto alcoholismo del presidente Felipe Calderón, la versión flotaba en los círculos cercanos a Los Pinos, sin que nadie se ocupara en la casa presidencial de atajarla. Como consecuencia, algunos periodistas se dieron a la tarea de investigar si esa versión tenía sustento o no.
¿Qué se encontró? Que quienes lo decían, expresaban su convicción sustentada en el dicho de “saber” que el Presidente nunca trabajaba en las tardes. Por tanto, concluían sobre la base de rumores que se alimentaban entre ellos mismos, se la pasaba bebiendo en compañía permanente, ahondaban, del general secretario de la Defensa, Guillermo Galván. Pese a la debilidad de la versión, una investigación periodística seria y responsable, obligaba a continuar preguntando.
El alcoholismo de un presidente, un jefe de gobierno, un mandatario estatal o de cualquier persona que tenga responsabilidades públicas, es tema de interés público en la medida en que afecte las decisiones que impactan en una sociedad. Por esas razones en las sociedades modernas la hoja clínica de los gobernantes y candidatos a puestos de elección popular es pública, mientras que en sistemas inmaduros se mantiene como un secreto de estado.
Durante la investigación periodística no se encontró ninguna fuente responsable -de hecho, no se ha encontrado ninguna hasta ahora-, que hubiera visto al Presidente afectado, y menos aún que hubiera tomado decisiones en un estado inconveniente. Además, el motor de la versión -no trabajar por las tardes-, resultó falso. El Presidente sí trabajaba, sí recibía personas externas al gobierno, y sí había reuniones vespertinas y nocturnas donde presidía o entraba sin anunciarse.
Una vez más, al no lograr la Presidencia que los medios que no difundieran especies falsas -estaba en su derecho-, las versiones se extendieron de Milenio Diario -donde los dueños siempre respaldaron a Gómez Zalce ante las quejas- a otros espacios, algunos de difusión limitada y propagandística, pero otros tan masivos como el Grupo Radio Fórmula. En todos se trataba de dichos, bromas y, en los más ideologizados y con agenda política, imputaciones hirientes.
Con el boom de Twitter y Facebook en el campo de la política, la especie tuvo mayor vuelo, y cn ese rumor en cartera Carmen Aristegui encontró la coyuntura para que a partir de una manta desplegada por diputados del PT y uno del PRD el viernes pasado en la apertura del periodo ordinario de sesiones, hablara al aire en su noticiario matutino en MVS de “los rumores” en las redes sociales y emplazara a la Presidencia a que aclarara si Felipe Calderón era alcohólico o no.
Setenta y dos horas después, se supo que MVS despidió a Aristegui por violar su código de ética al difundir rumores. Activistas sociales fueron quienes añadieron la especie de que había sido despedida por petición de Los Pinos, y aunque horas después admitieron que no estaba confirmado, la fruta envenenada había sido incubada. La lenta actitud de MVS, sus deficiencias en criterios editoriales -si había violado el código, ¿por qué no la despidieron el mismo viernes?- y sus medias aclaraciones, generaron sospecha y alimentaron la convicción de censura.
Fue un pésimo manejo de la empresa, pese a tener las herramientas de respaldo a su decisión. El código ético al que se refirió MVS no es de la empresa, sino que lo llevó ella bajo el brazo como condición de firmar su contrato con ella. En ese código sí se compromete a no difundir rumores, por lo cual MVS puede argumentar su derecho a despedirla por incumplimiento. Ella, de acuerdo con personas que están en su entorno, asegura que no difundió un rumor, sino un hecho.
El hecho era la existencia de una protesta de diputados, mediante una manta cuyo contenido no tenía nada que ver con la discusión parlamentaria -el reglamento interno-. Aristegui no se refirió a la protesta, e incluso la desestimó, sino al contenido de la manta. Es decir, se refirió al rumor e ignoró el hecho. ¿Sorprendente? No. Carmen Aristegui siempre ha actuado políticamente. Sorprende el contexto en el cual se difunde su dimisión. Sorprende que por esparcir esa especie, en Los Pinos hubieran presionado para que la despidieran –ya lo negaron-, luego de más de dos años de rumor. Sorprenden también tantas afirmaciones sin conocer aún todos los componentes del episodio. Pero lo que no sorprende es que la discusión no sea periodística, sino política e ideológica. Ciertamente, en México la vida entera toda, está políticamente contaminada.
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