Jorge G. Castañeda
Se pueden encontrar explicaciones diversas y casuísticas de la retahíla de derrotas que ha sufrido el PRI en un buen número de elecciones para gobernador a lo largo de los últimos seis meses. Es cierto que las razones del fracaso priista en Oaxaca no son las mismas que en Sinaloa, que son distintas a las de Guerrero, que seguramente se diferenciarán del revés que previsiblemente tendrá en Baja California Sur este domingo. Y es obvio que no es lo mismo este último estado, el menos poblado de la República, que Puebla, y mucho menos que el estado de México, el más poblado. Pero a reserva de que por ahí anden disponibles algunas encuestas de salida que nos expliquen por qué los votantes votaron como votaron, y no sólo por quién votaron, podemos discernir un primer factor explicativo. Se trataría de una explicación muy sencilla: la gente no quiere votar siempre por el PRI. Llevamos cuatro, con Baja California Sur serían cinco: en Puebla, Oaxaca, Sinaloa, Guerrero y B.C.S., el PRI perdió, o perderá. En Durango y en Hidalgo ganó de panzazo y recurriendo a procedimientos que demuestran que sin éstos no hubiera vencido a los candidatos de alianza. Y, por cierto, respecto a Hidalgo y a Xóchitl Gálvez, el Tribunal Electoral aún no termina de dar la victoria a Francisco Olvera. Todo indica que sucederá lo mismo en Nayarit, a mediados de año; posiblemente en Michoacán, a fin de año; seguramente no pasará en Coahuila; y aún no sabemos si habrá alianza en el estado de México, lo cual podría también llevar a una derrota priista. No es imposible que exista un estigma priista que cualquiera que sea el candidato -bueno o malo, joven o viejo, honesto o corrupto, inteligente o no- el emblema del PRI mate la personalidad del aspirante y lo hunda, por lo menos en esos casos, ¿será una tendencia? Aún no lo sabemos, pero quienes pronostican un tsunami priista el año entrante deberán de conseguirse unos buenos binoculares para divisarlo lejos, en las aguas del Océano Índico. No se ha acercado a costas mexicanas. Si esto es así, se confirmaría la estrategia que varios diseñamos desde 1999 para lograr la alternancia en el país y derrotar al PRI en condiciones, en esa época y todavía ahora en muchos estados, sumamente adversas. Ha sido ampliamente comentada desde entonces, aunque a veces se confunde con el voto útil -que es parte de la estrategia- pero que no la subsume. Se trató entonces, y hasta la fecha, de convertir cada elección en un referéndum sobre la permanencia o el regreso del PRI al poder y obligar a los electores a definirse sobre este tema central, y no sobre los demás: quién es el mejor candidato, cómo han gobernado las alternativas, cuál es la situación económica y social de la entidad o del país, etcétera. La tesis central en la campaña de Fox, hace 12 años, fue que la gente estaba harta del PRI, y que si se lograba imponer al electorado una opción simple -seguir con el PRI o echarlo de Los Pinos-, se ganaría la elección, y no importaría mucho el panorama, la combinación de virtudes y defectos del candidato, el talento o la mediocridad de su equipo, la estatura y habilidad del adversario. Todo el esfuerzo debía centrarse en hacer a un lado esas consideraciones y dejar al votante ante una alternativa clara e inesquivable: a favor o en contra del PRI. Esta estrategia ha funcionado para ganar elecciones. Pero, como Héctor Aguilar Camín y yo hemos dicho repetidamente en nuestro libro anterior Un futuro para México y ahora en Regreso al futuro, no funciona para gobernar, para transformar y para construir el México próspero, equitativo y democrático que queremos. Pero ésa es harina de otro costal. Los candidatos, los partidos y los consultores políticos lo que quieren es ganar. Ellos hacen su chamba. Quienes no la hacemos somos los demás: los integrantes de la llamada sociedad civil mexicana, que permanece débil, desorganizada e incapaz de imponerle a los candidatos y a los partidos el sello programático que el país necesita. www.jorgecastaneda.org;
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