BLOG DE ANÁLISIS Y PERIODISMO PROPOSITIVO

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La verdad nos hará libres...

miércoles, 9 de noviembre de 2011

"LA CIUDAD DEL CRIMEN"... CIUDAD JUAREZ


En La ciudad del crimen Charles Bowden presenta una crónica devastadora de una urbe en pleno colapso. El libro comienza en enero de 2008, cuando una lista escrita a mano aparece en el monumento a los policías caídos en Juárez. En ella, bajo la leyenda “Para ellos que continúan sin creer”, se mencionan diecisiete nombres. Algunos días después sus cuerpos comienzan a aparecer.
Con una prosa alucinante y detalles desgarradores, Bowden retrata la vida de sus residentes: Miss Sinaloa, una reina de belleza violada que refleja todo lo que la ciudad le ha arrebatado; Emilio, un periodista que cometió el error de narrar la verdad y ahora tiene que huir para salvar su vida; el Pastor, un “cristiano renacido” que administra su sanatorio en mitad del desierto; y un escalofriante sicario, un asesino que ha soñado su propia muerte mientras murmura los secretos de su organización.
Mientras Bowden teje estas historias, lleva a cabo una profunda meditación sobre una ciudad sumida en el caos. En Juárez la guerra es por las drogas; la policía y los militares luchan por las ganancias; la prensa se encuentra restringida por la intimidación; y la línea entre el estado y los cárteles, al parecer nunca ha existido. “En esta nueva forma de vida jugamos todos y nadie está realmente al mando,” escribe Bowden. “La violencia ha cruzado las líneas de clase. La violencia está en todas partes. La violencia es mayor. Y la violencia no tiene ningún motivo aparente. Es como el polvo en el aire, parte de la vida misma”.
“Muchos periodistas han escrito sobre la violencia que devasta México. Charles Bowden… ha ido más lejos con este extraordinario texto. Se ha sumergido en el río de sangre, lo ha absorbido en cada una de sus células para exhalarlo de regreso con un aliento dificultoso y lleno de verdad”. —Philip Caputo, autor de Acts of Faith.

Extracto:

Miss Sinaloa

Ella vino a este lugar en el desierto para vivir con los demás locos bajo el gigantesco caballo blanco. Ella no era de aquí, pero tampoco el caballo. El caballo de media milla de largo fue trazado, con cal en la sierra de Juárez, por un arquitecto local al fnal de los años noventa. Lo copió del caballo de Uffngton, en Gran Bretaña, un diseño del periodo neolítico, de 3 000 años de antigüedad. Dijo que lo hacía omo ejercicio, para resolver un desafío (ese caballo mira a la derecha, y el original a la izquierda y es tres veces más grande) y también para llamar la atención sobre la belleza de las montañas. Lo que no dijo es lo que algunos en la ciudad susurraban: que el caballo había sido patrocinado por Amado Carrillo, el entonces jefe del cártel de Juárez.

El cártel comienza en la noche de los tiempos, pero con el flujo de cocaína, a mediados de los años ochenta, se convierte en un coloso. En la primavera de 1993, el jefe del cártel es asesinado mientras vacacionaba en Cancún, y Amado Carrillo asume el control. Tiene genio para los negocios, y muy pronto empiezan a entrar de 10 000 a 12 000 millones al año a las arcas del cártel. Carrillo se convierte en el genio de la organización: distribuye cocaína al resto de los cárteles mexicanos, corrompe al gobierno mexicano y aterriza con aviones repletos de cocaína en el aeropuerto de Ciudad Juárez. En el momento en que es asesinado, en 1997, ha sacado al negocio de la clandestinidad y lo ha convertido en una empresa multinacional.

Pero la era de Carrillo fue la época dorada de la paz en Juárez, cuando los asesinatos eran 200 o 300 al año y, en todo momento, había quince toneladas de cocaína almacenadas en la ciudad, listas para ir a visitar las narices estadounidenses

Hubo un tiempo en que la muerte tenía sentido en Juárez. Muerto porque habías perdido un cargamento de drogas. O muerto porque tenías un cargamento de drogas. O muerto porque habías tratado de hacer un negocio con drogas. O muerto porque eras un soplón. O muerto porque eras débil y mujer y estaba oscuro y alguien pensó que era divertido matarte y violarte. Había un agradable orden alrededor de la muerte, un ritual de la policía federal o de la policía del estado o del ejército que te secuestraba, te ataba de manos y pies con cinta adhesiva, te torturaba y, finalment, te mataba y metía tu cuerpo a un agujero con una dosis de leche, el término amistoso con que se nombra a la cal. Tu muerte era llamada carne asada, una barbacoa. La vida tenía sentido entonces, incluso en la muerte. Aquellos eran los buenos viejos tiempos.

Ahora, el mundo ha cambiado. Desde el 1° de enero de 2008, El Paso, la ciudad hermana de Juárez, justo al otro lado del Río Grande, ha tenido un asesinato en dos meses. En los primeros dos meses del año, Juárez ha tenido, ofcialmente, noventa y cinco, y es probable que haya algún recorte en estas cifras. Dos de los muertos eran comandantes de la policía de Juárez, uno recibió veintidós balazos; un tercer comandante sobrevivió de alguna forma y fue llevado al puente (según el rumor, en un tanque, pero en realidad en un Humvee; todo suceso en esta ciudad se convierte por arte de magia en fraude) y trasladado en ambulancia a un hospital de El Paso, donde fue custodiado por agentes locales y federales.

Ahora ha desaparecido y no dejó ninguna dirección. En febrero de 2008, además de las personas asesinadas en el área de Juárez, otros 300 murieron en México, la mayoría en asesinatos relacionados con el narcotráfic. Se dice que 30 000 soldados mexicanos luchan contra el mundo de la droga. Para 2009 también habrá 20 000 agentes de la policía fronteriza en la línea, mirando hacia México. Dos gobiernos haciéndose cargo del negocio

Precisamente ayer, un amigo vino con el cuerpo de un “cholo” que había sido ejecutado y abandonado en la calle. Este asesinato no mereció la atención de los periódicos. Fuera de algunas menciones, los medios de Estados Unidos no hicieron mucho caso hasta principios de 2009, cuando quedó claro que ni el cambio de año, ni la presencia del ejército mexicano, habían hecho nada para disminuir el número de muertos. Es cierto que los comandantes del Fort Bliss, en El Paso, declararon a Juárez zona prohibida para sus soldados, porque podían salir lastimados. Pero como casi todo lo que sucede en esta ciudad, la respuesta ha sido el silencio. Amado Carrillo tenía un caballo pura sangre que se llamaba Silencio. Es lo que hay que tener en este lugar.


Ella era hermosa y se llamaba “Miss Sinaloa”. Era una adolescente cuando el caballo blanco fue trazado a fnales de 1990. En ese momento, Miss Sinaloa no sabía nada de caballos gigantes pintados en las montañas, ni de los cárteles, ni del lugar de locos aquí en el desierto. Ella vino aquí hace muy poco tiempo, en diciembre de 2005, a visitar a su hermana. Se quedó unos meses y luego fue a su casa, a Sinaloa, el estado mexicano en la costa del Pacífco que es la madre de casi todos los actores principales de la industria de las drogas en México. Ella era muy bella. Lo sé porque Elvira me lo dice todo mientras estoy de pie, azotado por el viento que viene cargado de arena.

Elvira lleva un suéter pesado, pantalones de color rosa, tiene la piel morena y el cabello pintado de rubio que vuela con el viento. Es una de los quince cuidadores del lugar de locos —el asilo en el desierto— y recibe cincuenta dólares a la semana por cocinar tres comidas al día, seis días a la semana. Un hombre pasa a su lado montado en una bicicleta, un muchacho de mono rojo lleva una bolsa rosa y observa sentado en el suelo, como un perro faco y hambriento del campo. La basura que se quema detrás del asilo donde ellos trabajan llena el aire de humo. El edifcio —un bloque de cemento con varios cuartos dentro— tiene un centenar de internos. Un médico cae por ahí los domingos para verifcar la salud de los locos y toda la operación es patrocinada por un evangelista de la radio de Juárez, un hombre al que todos los internos llaman el Pastor.

Cada cinco días, el personal se lleva las mantas de los reclusos, las lava y luego regresa a tenderlas en las plantas de yuca para que se sequen. Ahora se apiñan contra el viento como una manada de bestias; violeta, verde, rojo, azul, y una gris que tiene dibujados un tigre y su cachorro. Mi mente gira alrededor de la década de los noventa, a mediados, cuando Amado Carrillo, como advertencia, dejó Juárez sembrado de cuerpos envueltos en mantas de tigre. Se rumoraba que tenía un zoológico privado con un tigre, que él mismo alimentaba con los traidores, pero, por supuesto, se trataba de una leyenda de la industria de la droga. Luego, como advertencia, envolvía a los traidores con cintas amarillas y los enviaba como regalo a la DEA. Todo esto sucedía en los días tranquilos del pasado, cuando los asesinatos no eran, ni con mucho, tan malos.

Elvira explica cómo las personas terminan ahí, bajo su cuidado: “Hay muchos que llegan aquí porque trataron de apuñalar a su padre, o son adictos, o han robado o asaltado. Muchas de las mujeres de aquí han sido violadas y perdieron la cabeza para siempre. Hay aquí una mujer de treinta y cuatro años que vio cómo asaltaban a su familia y luego fue violada y perdió la razón”.

Lo dice con voz calmada. Es simplemente la vida. Los internos consumen doce kilos de frijol al día. Ella sigue diciendo: “¿Y podría yo traerles un poco de frijoles?”


El viento sopla, la asfxia del polvo, el caballo blanco mira, y de repente Elvira empieza a hablar de Miss Sinaloa; sí, Miss Sinaloa, dice, una reina de la belleza que llegó a Juárez.

“Una vez —dice con orgullo— tuvimos una mujer muy hermosa, Miss Sinaloa. Ella estuvo aquí hace unos dos años. La policía municipal la trajo aquí. Ella tenía veinticuatro años de edad.”

Y luego Elvira deja volar su hermosa cabellera que le llega hasta el culo, y cómo era de blanca, oh, muy blanca era la piel de Miss Sinaloa. Sus cejas habían sido arrancadas y sustituidas por elegantes arcos tatuados. La policía la había encontrado una mañana vagando por la calle. Había sido violada y había perdido la razón. Por último, explica Elvira, su familia vino de Sinaloa y se la llevó a casa.

El asilo enfrente del caballo gigante no es un lugar en Juárez donde a las mujeres hermosas, de piel blanca, les guste quedarse. Más abajo, hacia el este, está La Campana, una presunta fosa común donde Louis Freeh, entonces jefe del FBI, y varios funcionarios mexicanos, se reunieron en diciembre de 1999 para exhumar cuerpos. Esa historia poco a poco se fue desvaneciendo porque la fuente era un comandante local que había huido a Estados Unidos, un hombre conocido en las calles de Juárez como el Animal. Y él produjo muy pocos cadáveres, sólo un puñado, y todos y cada uno de ellos fueron asesinados por él, personalmente. El predio que usaba para enterrarlos era propiedad de Amado Carrillo. Uno de sus asesinos, que trabajó allí, ahora enseña inglés a estudiantes ricos, en un instituto privado de Juárez. Por supuesto, entre clase y clase, sigue teniendo contratos de asesinato. Y a continuación, al sureste de La Campana, está el Lote Bravo, donde han sido tiradas, desde la década de los noventa, señoritas muertas. Toda esta historia viene flyendo hacia mí, igual que la de Miss Sinaloa.


He venido a esta ciudad durante trece años y naturalmente tengo, como todos aquí, acciones en el mundo de los muertos. Y en el de los vivos. Esta es la historia, y como todas las historias aquí, como Miss Sinaloa, seduce y flotaen el aire, y luego se desvanece. En El Paso, una mujer mexicana pobre busca tratamiento farmacológico para su hijo adolescente, pero no puede permitirse el lujo de pagarlo en Estados Unidos, así que lo lleva a una clínica en Juárez. Unos días más tarde el adolescente está de vuelta en Estados Unidos, ingresado en el mismo hospital donde recaló, brevemente, el comandante mexicano que sobrevivió al asesinato. El muchacho ha sido violado y tiene desgarrado el recto.

Entonces, la historia se borra a sí misma de la conciencia.

Jane Fonda se preocupa, también lo hace Sally Field; las dos viajan a Juárez para protestar por las mujeres asesinadas. Los monólogos de la vagina ha sido puesta en escena, aquí también. En los últimos diez años, 400 mujeres han sido asesinadas, la mayoría víctimas de sus maridos y sus amantes, sin que haya apenas casos sospechosos. Este número representa el diez o el doce por ciento de las estadísticas ofciales del crimen. Se han hecho dos películas sobre las mujeres muertas. Concentrarse en las mujeres muertas permite a los estadounidenses ignorar a los hombres muertos, y hacer caso omiso de los muertos permite a Estados Unidos obviar el fracaso de los esquemas del libre comercio que, en Juárez, están produciendo pobres y muertos con más rapidez que cualquier otro producto. Por supuesto, los asesinatos de las mujeres en Juárez difícilmente se investigan o se resuelven. Los asesinatos en Juárez casi nunca son investigados; es en la muerte donde las mujeres, fnalmente, reciben el mismo trato que los hombres. Por lo menos ocho fiscaleshan exigido hacer frente a los asesinatos. El año pasado, un equipo forense argentino llegó a poner las cosas en claro. Los forenses eran expertos, gracias a la guerra sucia en Argentina que, en la década de 1970, desapareció diez, veinte o treinta mil personas —nadie sabe realmente cuántos fueron—. Los argentinos también habían trabajado en El Salvador, otro país rico en fosas comunes. Pero ninguno de estos entrenamientos los había preparado para Juárez. Vinieron a resolver el misterio de las mujeres asesinadas en la ciudad. Encontraron la realidad de la ciudad.

Encontraron cabezas en el suelo de la morgue, cuerpos sin cabeza, cuerpos arrojados de cualquier forma en las fosas comunes.


El ADN también les falló porque el talento forense local había hervido algunos cadáveres de mujeres, una técnica de cocción que destruye el ADN. Descubrieron que al menos tres familias se habían equivocado al enterrar los cuerpos de sus seres queridos y tuvieron que pedirles que devolvieran los cuerpos a sus verdaderos familiares.

Pero entonces las autoridades locales comenzaron a ser un pequeño problema. El ex jefe de policía fue arrestado en enero de 2008 por organizar una transacción de droga en El Paso. Dos policías desaparecieron una semana antes. Cuatro días más tarde, en el centro, un vagabundo descubrió una bolsa de supermercado con el uniforme de uno de los policías dentro (tenía su nombre, manchas de sangre y trozos de cinta adhesiva; esto último se convertiría en el distintivo de los asesinatos locales). Así que, aparentemente, hay un policía que vaga desnudo por la ciudad.

Y entonces, está la historia de Miss Sinaloa. Ella va a una festa con la policía, y después de la diversión, la policía la lleva al lugar de locos. Una mujer con esa piel es una tentación para los policías de la calle. Cuando las muchachas comenzaron a desaparecer de Juárez en 1993, y luego a reaparecer, a veces como cadáveres violados, o simplemente los huesos, la policía se refería a ellas como “las morenitas”, porque las presas favoritas venían de los barrios pobres donde las mujeres jóvenes son esclavizadas en fábricas de propiedad estadounidense, a cambio de un salario miserable. Miss Sinaloa proviene de un mundo diferente.

Pero siempre hay un hecho perdurable en Juárez: no hay hechos. Los recuerdos siempre están cambiando. Miss Sinaloa es una belleza que viene a una fiesa en Juárez y es violada. Miss Sinaloa es una belleza que viene a una festa en Juárez y consume enormes cantidades de cocaína y whisky y se vuelve loca, tan loca que la gente llama a la policía y los policías vienen y se llevan lejos a Miss Sinaloa y la violan durante varios días y luego la dejan en el desierto, en el lugar de locos.

Ella tiene el pelo largo y es hermosa, y un médico la examina y no pregunta acerca de las violaciones. Ella tiene moretones en los brazos y en las piernas y en las costillas.

Ahora ella es casi un nativo de la ciudad.

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