Edna Lorena Fuerte / Analista política
Si algo define en este momento la relación diplomática México-Estados Unidos es: una absoluta discordia. No existen puntos de acuerdo visibles más allá de los discursos hechos a modo para poder apaciguar la tambaleante relación. El arrebato que llevó a Felipe Calderón a hacer señalamientos públicos contra el embajador Pascual, y luego poner su dimisión como punto a discutir sobre la mesa de Washington del presidente Obama, sólo logró demostrar el lugar en el que estamos frente a los vecinos, la prácticamente nula capacidad de negociación.
Casi en cualquier gobierno del mundo, luego de una ruptura diplomática como la que pretendió el Jefe de nuestro Ejecutivo para con el diplomático estadounidense, tendría que venir una seria crisis en las relaciones bilaterales, un retiro de las credenciales y la declaración del Embajador en cuestión como persona non grata en nuestro país, lo que para muchos, si revisamos la historia de las relaciones bilaterales, resulta prácticamente impensable, cuestión que Estados Unidos sabe y asume muy bien, tan bien que el siguiente paso del embajador, cuando aún estaban calientes las tazas de café que les sirvieron a los dos mandatarios en Washington, es la visita a Ciudad Juárez. A un año de los asesinatos de las tres personas relacionadas con el consulado estadounidense en nuestra ciudad (una empleada, su esposo y el esposo de otra empleada), el embajador se reunió por una hora en el Palacio Municipal con nuestro alcalde y luego dio algunas declaraciones ante los medios de comunicación, sin ronda de preguntas.
Evidentemente hay una diferencia abismal entre esta visita y la de octubre del año pasado, cuando alcalde y gobernador, y un buen número de jefes policiacos de los tres órdenes de gobierno recibieron al embajador en la sede del Centro de Respuesta Inmediata. Ahora, particular y discreto, aunque nuestro alcalde afirma que en esa reunión se han tratado todos los temas de seguridad y que se proyectan estrategias de participación conjunta. La visita del embajador va más allá de lo que se pudo o no haber dicho, acordado o simplemente planteado en el escritorio de la administración municipal juarense, y las repercusiones reales que ello pueda tener en la situación de inseguridad y violencia de esta frontera, lo cierto es que el mensaje en este caso es lo que importa. Pascual ha venido a Juárez a decir que nuestra ciudad tendrá todo el apoyo estadounidense “para recuperar el Estado de derecho”. En esa frase se reafirma como la autoridad portavoz de la voluntad de Estados Unidos para con nuestro país, hace saber que las descalificaciones de nuestro Presidente no han tenido ninguna repercusión en su figura de autoridad y que, prácticamente, se está haciendo vacío a las afirmaciones presidenciales que lo calificaron de nocivo para la relación bilateral e ignorante de la situación que se vive en nuestro país.
La imagen panorámica de esta situación nos muestra una terrible estrategia diplomática, si a eso se le puede llamar diplomacia, de parte de nuestro gobierno. Es absolutamente erróneo que el propio Jefe del Ejecutivo tome en sus manos una situación como ésta, haga afirmaciones públicas y no tenga la seguridad de ganar puntos en una batalla contra el gigante del norte, pues al final del día lo que vemos es un presidente que, nuevamente, termina por navegar en las aguas del ridículo en la pista de la política internacional y mostrar de manera contundente la absoluta falta de control de su política internacional, ni siquiera en el único tema al que su gobierno parece dedicarle todo el interés, su guerra contra el narcotráfico.
¿Dónde ha estado la Cancillería en todo este asunto? ¿Dónde los asesores cercanos a Presidencia que puedan decirle al oído a Felipe Calderón lo inadecuado de esos exabruptos públicos? Cuando nos preguntamos esto sólo parecen existir dos posibles respuestas: el Presidente ha perdido, si es que alguna vez lo tuvo, el don de escuchar y seguir oportunos consejos; o nuestro Presidente ya no tiene quién le hable al oído. En acciones y discursos, tal parece que la cabeza del país se ha ido aislando del resto de la estructura nacional. Indudablemente nuestras autoridades locales no han recibido con bombo y platillos al embajador en reacción obvia a la ruptura de éste con la Administración Federal, pero no podemos saber si lo han hecho por orden expresa, o como iniciativa propia en un sentido de congruencia. Sea cual sea la razón, lo cierto es que el embajador Pascual, con su simbólica visita, plena de implicaciones, nos pone a los juarenses de nuevo en el fuego cruzado ahora de esta batalla diplomática, una más que el gobierno de Calderón comienza en evidente desventaja, avistando la derrota. En el camino no podríamos decir si esto es un signo positivo para nuestra ciudad. Qué ganaremos los juarenses al final de esta batalla, y de qué lado se inclina la balanza, son asuntos de la mayor complejidad. Lo que sí podemos decir sin temor a equivocarnos, es que Juárez tiene un peso específico en el tablero de los intereses binacionales, ya veremos qué sigue en el movimiento de las piezas. El embajador ha estado muy activo, tendiendo puentes entre ambos lados de la frontera, construyendo una estrategia local que implica a autoridades de uno y otro lado, lo que avizorábamos como el siguiente paso posible en la situación que vivimos y, se dice, poniendo recursos operativos en lo que se plantea. Mientras, del lado nacional, no vemos ningún cambio en la estrategia, ningún resultado tangible. Al final, no podemos dejar de preguntarnos: ¿Qué costo tendrá ese apoyo incondicional que viene a ofrecer el embajador? ¿Quién recuperará a Juárez y con qué motivación?
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