MIRADA VIOLETA
Virginia Hernández / El Mundo
Dicen que las estrellas del cine mudo se rebelaron contra las películas sonoras porque no necesitaban más que su rostro para contar todo al espectador. Aunque Elizabeth Taylor triunfó varias décadas después de que lo hicieran Mary Pickford o Gloria Swanson, su cara y sobre todo sus míticos ojos color violeta decían mucho más que decenas de líneas de diálogo. La actriz, que celebró sus 79 años el pasado febrero, ha fallecido en Los Ángeles, ciudad en la que residía hace décadas. Además de la evidente edad, fue víctima de una salud muy frágil que la llevó a la mesa de operaciones decenas de veces y a ser una habitual de las clínicas.
A Elizabeth Taylor Rosmond, nacida en Londres en 1932, Dama del Imperio Británico (el equivalente femenino a Sir), no le gustaba nada que la llamaran Liz («¡quien me conoce bien me llama Elizabeth!»), pero fue su diminutivo el que quedó para la leyenda. Hija de un marchante y de una actriz retirada de Broadway, su familia se instaló en Reino Unido para montar allí una galería de arte. Aunque la intérprete mantuvo siempre la nacionalidad, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial marchó con los suyos a California, la tierra de los sueños que marcó su vida.
El deseo de su madre por ver su quimera cumplida —ella abandonó los escenarios al casarse— y el consejo de un vecino que apreció la belleza extrema de la pequeña Elizabeth hicieron el resto. La niña fue a una prueba y filmó su primera película, 'Hombre y ratón', con sólo siete años. Rodó más de 50. Con 10 firmó el gran contrato que la unió durante décadas con la Metro Goldwing Mayer (MGM). Comenzó con la célebre perrita Lassie, se preocupó por su nariz como la coqueta Amy de 'Mujercitas'(1950), rompió el corazón de su 'padre' Spencer Tracy al pasar por el altar en 'El padre de la novia' (1950) y fue la enamorada de Robert Taylor en 'Ivanhoe' (1952). Pero el papel de Leslie Benedict en 'Gigante' (1956) le dio la fama absoluta y a uno de sus mejores amigos, Rock Hudson. Precisamente fue la muerte por sida del actor en 1985 la que hizo que se convirtiera en un baluarte en la lucha contra la enfermedad.
El mito se multiplicó con la Maggie que se rebela contra los desplantes de su marido en'La gata sobre el tejado de zinc' (1950) —quién olvida aquel «No vivo contigo. Ocupamos la misma jaula, eso es todo»—, junto a los otros ojos de Hollywood, Paul Newman. Y por supuesto con la gran Cleopatra, por la que se convirtió en la primera actriz que se embolsó la impresionante cifra de un millón de dólares del año 1963 y en cuyo rodaje saltó el escándalo. Elizabeth Taylor y Richard Burton, ambos casados, se enamoraron y escribieron una de las historias de amor más pasionales del cine. Hasta el Vaticano protestó por el adulterio. Cuando Taylor tenía 31 años, convirtió a Burton en su quinto marido y, después de su sonado divorcio, en el sexto. Llegó a casarse hasta ocho veces.
Con Richard Burton protagonizó '¿Quién teme a Virginia Woolf?' (1966), con el que obtuvo su segundo Oscar, el primero fue con 'Una mujer marcada' (1960), y posteriormente trabajó, entre otros títulos, en 'La fierecilla domada' (1967) y 'Reflejos en un ojo dorado' (1967). Los 70 iniciaron su declive profesional y los 80 su implicación en proyectos benéficos. Pero su estrella nunca se apagó. En los últimos años, en sus escasas apariciones públicas, iba en silla de ruedas pero tenía la presencia de la diva que era. Con las joyas, los ropajes y el maquillaje propios de otra época. Y con la rebeldía que siempre la caracterizó. No quiso participar el funeral-espectáculo de su amigo Michael Jackson en el Staples Center, pero se sentó en primera fila en el homenaje más íntimo. Encontró, además, la manera de comunicarse con sus fieles. Antes de que los medios anunciaran su última operación, Liz lo comunicó vía Twitter: «Queridos amigos, me gustaría haceros saber antes de que esté en los periódicos que me voy al hospital para una operación en mi corazón. Os haré saber cuando esto esté acabado. Con amor, Elizabeth».
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