BLOG DE ANÁLISIS Y PERIODISMO PROPOSITIVO

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jueves, 13 de enero de 2011

EL TOCAYO

Don Jesús Cisneros Torres: Descansa en Paz
Jesús R. Cedillo


Las malas noticias nunca llegan solas. Aunque a estas alturas de mi vida ya estoy acostumbrado, las malas nuevas siguen llegando y duelen igual que las de ayer, antier y claro, siguen doliendo en el corazón igual que las malas noticias de siempre, aunque se hayan padecido años atrás. 
Mi tocayo, don Jesús Cisneros Torres, padre de mi compañero periodista, Sergio Cisneros –quien oficia para un diario de la localidad–, se impulsaba en las calles de Saltillo en una motocicleta de edad indefinible y al hacerlo, agarraba propulsión con su pie derecho. Me decía “tocayo” o “tocayito.” Igual este columnista le decía de la misma forma: mi tocayo, mi tocayito. 
Sólo días antes de morir y desde siempre, mi tocayo Jesús Cisneros, depositaba cotidianamente el ejemplar de Noticias. Sol de la Laguna en mi mano y me espetaba una frase que periódicamente me regalaba y la cual ahora este escritor guardará por siempre no en la memoria, sino en el corazón: “Tocayito, siga así. Me gusta mucho como escribe. No cambie…”
Mi tocayo vestía con limpieza y pulcritud. Su trabajo cotidiano al repartir la prensa, lo obligaba a quemarse bajo los fatigosos y saharianos rayos del sol; pero también, bajo las gotas ácidas, menudas, de la pertinaz lluvia de agosto y septiembre. Nada ni nadie lo detenía en su trabajo habitual. Sus ropas decían que estaban gastadas por el trabajo diario y digno. Mi tocayo jamás se quejó. Mi tocayo las llevaba puestas como estandartes de batalla. Así murió.
Hace meses, según recuerdo, murió la esposa de mi tocayo. Varias veces me lo refirió. Justo cuando nos saludábamos fraternalmente en la calle, me lo contaba siempre como si hubiese sido ayer y me lo contaba como si este columnista no estuviese enterado. Mi tocayo, imagino, luego de la pérdida de su compañera de vida, empezó a marchitarse como una flor, una planta a la cual le quitan poco a poco el agua, la luz del sol y el fuego para vivir. 
Luego de la muerte de su esposa, mi tocayo destilaba sólo tristeza. Sus ojillos se fueron encapsulando, hasta ser al final, una delgada raya, una línea triste que oteaba las calles del centro a las cuales ahora, les hará mucha falta en su peregrinaje cotidiano al repartir las diferentes publicaciones periódicas. Trabajo que hacía con diligencia, dignidad y esmero.
Hoy don Jesús Cisneros Torres ya tiene sobre sus dos pequeños y hermosos ojos, aquellas puntas de flecha que ponían a los guerreros de la antigüedad muertos en combate, para guiarlos en su ruta hacia la eternidad. El barquero entonces, lo ha llevado al día de hoy junto a su esposa; sí, la misma de la cual me hablaba día tras día como si apenas ayer hubiese partido.
Esquina-bajan
Mi tocayo hablaba de forma pausada, apenas gutural, apenas con letras audibles. Su voz, como su cuerpo, se fue cansando con el paso del imbatible tiempo. De manos curtidas, retorcidas como muéganos en aparador de confitería, cuando saludaba a este columnista transmitía una paz y espiritualidad como pocos. 
Los ojos de mi tocayo reflejaban igual, una luz interior fértil por haber vivido y muy bien, a plenitud. Al final de sus días, una luz tenue, opaca, triste, pero siempre transparente. Sus comentarios eran siempre limpios y sinceros, como sus ojos. Tocayo, donde esté ahora, jamás, jamás cambiaré mi forma de escribir y sí lo seguiré haciendo de la única manera y por lo cual lo hace un periodista: del lado de los desamparados y en contra de los poderosos.
Mi tocayito murió a los 73 años de edad. Sin duda, una buena edad para morir, una buena edad para unirse al coro de la eternidad. Una eternidad donde su esposa ya le aguardaba, imagino, con renovado amor y compañerismo por los días y años compartidos mano con mano aquí en la tierra. 
Letras minúsculas
Hoy el barco de mi tocayito, don Jesús Cisneros Torres ha partido. Ya descansa en paz. El columnista llora su partida. (Vanguardia)

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